“El relato de terror es quizá la forma más devaluada y más activa de la cultura actual”, señalaba el gran Ricardo Piglia al referirse al libro de C. E. Feiling en la que se basa esta película, donde lo psicológico, más que el thriller, domina la historia de Inés, cantante de coro y dobladora de películas de sadismo y terror, para quien los márgenes de realidad y ficción se entremezclan de manera acelerada desde un hecho traumático vivido en sus vacaciones.
De regreso a su vida cotidiana tomará contacto con Alberto, un afinador de instrumentos que añade su singular presencia hasta que alguien le comenta que también hay un “prófugo” que ejerce una notable influencia sobre ella. Piglia agregaba: “El mal menor no es un relato de terror sino un relato sobre el terror”, y esa seguramente sea la mayor correspondencia en la adaptación libre de Natalia Meta que, pese a ciertas reiteraciones, sabe jugar también con otros géneros y enmarca la gran labor de Erica Rivas y Nahuel Pérez Biscayart (como Inés y Alberto), bien acompañados por Cecilia Roth, Mirta Busnelli y Daniel Hendler, dentro de una atmósfera precisa que el sonidista Guido Berenblum y la fotógrafa Bárbara Álvarez llevan a su máxima expresión jugando con el giallo y otras citas cinematográficas en la lente de la directora, para la cual El prófugo puede ser una historia sobre el terror pero también sobre los inexplorados abismos del deseo.