El que sabe tirar
Don Siegel, maestro de Clint Eastwood, dirigió El tirador (The Shootist, 1976), protagonizada por John Wayne. Clint Eastwood, maestro de Robert Lorenz, dirigió Francotirador (American Sniper, 2014), protagonizada por Bradley Cooper. Robert Lorenz, asistente de Eastwood en nueve de sus películas, justo hasta Francotirador, dirigió The Marksman, que debió haberse titulado en castellano algo así como “El tirador” o “El tirador escondido”. En inglés se completó el círculo de sentido y de herencias, pero aquí nos pusieron El protector. Eso sí, afortunadamente la estrenaron y además la estrenaron en salas de cine, que abrieron, esperemos que para no cerrar más.
Titular como El protector a The Marksman inyecta una información adicional. Más que eso, inyecta una clave de lectura: este tirador experimentado, este señor que sabe tirar protegerá a alguien. Ya lo dijo Horacio Quiroga hace más o menos cien años (eso que llaman un siglo, para citar otro western, dirigido por Kevin Costner, que viene a la memoria también por otro lado, por el de Un mundo perfecto de Eastwood): los que ponen los títulos en estos pagos deben creer que el público local necesita “sal gruesa”, necesita que le expliquen un poco del sentido de la película. Quizás podrían haberle puesto “El tirador que se volverá el protector; el protector o tutor que no puede acreditar el vínculo”.
Por esas curvas que tiene la vida, Jim Hanson -Liam Neeson- se ha quedado sin mujer y su rancho está a punto de ser ejecutado, y luego se quedará sin más cosas. En un mediodía del bien y del mal cuando anda por sus tierras en Arizona, fronterizas con México, encuentra a una madre y a un hijo, y a unos malvados que quieren matarlos a ambos. Jim se mete y se sumarán varias deudas, algunas de sangre. Y vendrá a partir de ese momento la película de Jim -el hombre añoso, curtido y con pocas ganas- y Miguel, el niño con casi todo por delante. El protector se para en un centro de gravedad permanente, es una película que decide mirar desde miradores perdidos, o casi derrumbados: un niño es alguien a proteger, alguien que tiene prioridad para ser protegido. Y se para en una idea del paisaje amplia, scope de scopes, para mostrar cómo los tonos ocres, arenosos y ásperos mutan en verde, para que la road movie evidencie las distancias. Y decide mostrar a los lados, y en asiento de atrás, los rostros de los humanos, y de Jackson el perro, dialogando sin palabras. Los encuadres están cargados de sentidos, y las palabras están cargadas del peso de quien sabe que está haciendo un cine con claridad de propósitos. Esa carga, sin embargo, no abruma nunca, porque este artesano Lorenz sabe que para hacer películas que lleguen y comuniquen hacen falta puentes, como decía Julio Cortázar cuando más lúcido. Y esos puentes son el suspenso generado por el sentido de dos movimientos de diversa urgencia y un pasillo, por saber dos minutos antes que se acercan los malos; esos puentes son preparar las acciones con ensayos -la progresión de saber tirar en esta película es ejemplo de esos bordados narrativos de los que saben contar-, esos puentes son saber entretener a públicos de muy diversas edades e intereses pero sin demagogias de marquetin, esos mismos puentes son los que están cortando los que están matando al cine: los miedosos que se adaptan a todo en aras de protegerse a sí mismos y los miedosos que hacen Cruella y Nomadland.
The Marksman fue obviamente tratada con desprecio por la mayor parte de la crítica estadounidense, pero ya poco o nada puede esperarse de esa gente. Como dijo Pauline Kael, no diferencian un burro de una torta negra, y ya no pueden decir torta negra y denuncian a los que dicen torta negra. No, Pauline Kael no dijo eso, pero impriman la leyenda, porque The Marksman es también un western que se hace eastern, de Arizona a Chicago, un puente gigante tendido en un mapa, algunos tiros en la noche pero casi todos de día. Una película para creer, seguir y querer, una película con un héroe americano actuado por un irlandés que hasta logra parecerse a Costner y también a Cruise, incluso en ese final en la línea del de Colateral del hombre Michael -Miguel- Mann, pero no sobre un robot que se apaga sino sobre alguien que recobra y refuerza su sentido de pertenencia a la humanidad, alguien que vive antes de morir.