Las niñas sólo quieren ser princesas
Proyecto Florida (The Florida Project, 2017) puede abordarse geográficamente. No es caprichoso este anclaje, su mismo título lo impone y se debe a que esta historia rutinaria de clases bajas que alquilan ese enorme condominio regenteado por Willem Dafoe (Bobby se llama su personaje) no sería lo mismo si no estuviera al lado literalmente de hoteles All Inclusive a raíz de la cercanía con uno de los parques de diversiones más famosos del mundo: Disneyworld.
Sean Baker sigue la lógica de su anterior película, Tangerine (2015), al retratar de manera espontánea e intuitiva (casi documental) a las personas que allí viven, sus relaciones, su comportamiento. Como con Tangerine, el travesti que deambulaba por las calles de Los Ángeles, aquí busca mostrar el universo colateral -y marginal- que se desarrolla por fuera del circuito turístico. El contraste entre los inmensos escenarios de fantasía y la rudimentaria vida de personas volcadas al rubro de los servicios, es fundamental.
Pero nada sería tan imponente si el punto de vista no radicaría en Moonee (Brooklynn Prince), la hija de cinco años de Halley (Bria Vinaite), una madre soltera como varias de las que habitan el lugar. La niña junto con otros dos pequeños del condominio se la pasan haciendo travesuras, un tanto violentas producto de la desigualdad social patente en la zona. Vive al lado de un universo de princesas que le es vedado. Su personaje es el corazón de la película.
Este retrato tiene grandes momentos para categorizar a sus personajes sin juzgarlos. La niña comiendo en el hotel cinco estrellas es uno: “El tenedor tendría que ser dulce, así uno se lo come después de la comida” dice la pequeña. Otro es el de Bobby, el personaje de Willem Dafoe, echando a una especie de guanacos del condominio, demostrando el absurdo de su labor. Y hay varios más que permiten visualizar con pinceladas las sensaciones que trasmiten los personajes y el espacio que habitan.
Proyecto Florida es una película que se respira y siente más de lo que pueda pensarse. A simple vista no parece ir hacia ningún lado dejando el conflicto suspendido entre miles de pequeños conflictos que se suceden a diario entre vecinos. Pero la película crece con los minutos y, si uno se entrega a ella, comprende la fuerza de aquello que quiere trasmitir: la cuota de ternura que se esconde en su interior.