Los niños actores pueden ser exasperantes, pero cuando aparece uno como Brooklynn Prince, es probable que todo lo que haga resulte extraordinario. De la mano de esta nena tremenda, sin experiencia previa en la actuación, Proyecto Florida es una película inolvidable. Un conmovedor retrato de la marginalidad, pero sin golpes bajos; una tierna pintura de la infancia, pero sin empalagar. Logra algo muy difícil y raro: la convivencia armónica de la belleza con la fealdad, de lo sublime con lo abyecto.
La filmografía de Sean Baker abunda en personajes que se mueven en los márgenes. Su anterior película, Tangerine (2015), que fue filmada con iphones y contaba las andanzas de dos travestis negras en Los Angeles, alcanzó la repercusión suficiente como para que este cineasta independiente tuviera más presupuesto para mostrar otro lado B de Estados Unidos: el de los “homeless ocultos”, gente que no vive en la calle pero casi.
La historia transcurre en un motel barato, de los tantos que hay cerca de Disney World (de ahí el título: la empresa llamaba Proyecto Florida al futuro parque de diversiones). Ahí, Moonee (Prince) convive con su madre veinteañera, Halley (Bria Vinaite, otra debutante genial), que día a día se las rebusca como puede para conseguir comida y la plata para pagar la habitación. En un elenco plagado de brillantes no-actores, el único nombre conocido es el de Willem Dafoe, que vuelve a lucirse (recibió la única nominación de la película al Oscar), pero esta vez -raro en él- haciendo de hombre común: es el paternal conserje del motel.
Todo sucede en un verano, y está contado desde el punto de vista de los chicos: Moonee y sus amiguitos del motel, que se mueven por la zona solos, libres, salvajes. Baker se esforzó por que la cámara siempre estuviera a la altura de estos demonios infantiles. Ellos son amos y señores de la película: una hábil manera de conseguir empatía inmediata.
La pandilla de Moonee comete sus travesuras entre descampados agrestes y construcciones de un kitsch increíble: a la sombra de la alegría artificial de Disney, hay un paisaje desolador. En ese terreno, la magia queda a cargo de una madre tan amorosa como desastrosa y de una nena sin límites a la vista. El vínculo entre ellas con el resto del vecindario y el conserje es de una sensibilidad asombrosa, y por eso Proyecto Florida es de esas experiencias profundas que el cine entrega de vez en cuando.