EL LUGAR MÁS FELIZ DE LA TIERRA
Una de las mejores películas del año pasado llega finalmente a las salas. Tarde pero seguro : (
Sean Baker comenzó a llamar la atención de la crítica con “Tangerine” (2015), esa hermosa odisea navideña protagonizada por una prostituta trans en busca de revancha amorosa, filmada magistralmente con apenas cien mil dólares y unos cuantos teléfonos celulares. La economía de recursos y el corazón de esta historia pusieron al director y guionista en ese lugar preferencial que nos obliga a querer ver/saber que le depara su futuro cinematográfico.
Con mucho más presupuesto (unos dos millones de dólares), una cámara de 35mm, actores con cero experiencia y el mismo espíritu independiente, Baker continuó su carrera con “Proyecto Florida” (The Florida Proyect, 2017), un drama que muestra las miserias de cierta parte de la sociedad norteamericana, pero desde la visión inocente y un tanto aventurera de Moonee (Brooklynn Prince), una nena de apenas seis años que atraviesa despreocupadamente las vacaciones de verano junto a sus amiguitos de “departamento”.
¿Será por esto que la Academia le dio un poquito la espalda a una de las mejores películas del año pasado? Sí, Willem Dafoe se llevó su merecida nominación como actor de reparto, pero la minimalista historia de Baker, su guión, su fotografía naturalista… merecían más reconocimiento a la hora de repartir las estatuillas. Lamentablemente, llega tardísimo a las salas locales, pero si se saltaron el Torrent, bien vale pasar por los cines con varios pañuelitos en mano.
Moonee vive con su mamá Halley (Bria Vinaite) en un motel barato de la zona menos agraciada de Orlando, Florida, aunque a pasitos de Walt Disney World, donde los visitantes se abstraen del mundo y disfrutan su estancia en “el lugar más feliz de la Tierra”. Con su corta edad a cuestas, la nena y sus amiguitos casuales se alejan de la poca (bah, nula) supervisión de los mayores y exploran, juegan, disfrutan durante las vacaciones. Moonee heredó los malos modales y la actitud rebelde de su joven progenitora, que se dedica a vivir un tanto de la caridad o de venderles chucherías a los turistas de los hoteles de la zona.
Hay algo de fantasía y mucha ingenuidad en la actitud de Moonee que sabe, pero no entiende realmente la precariedad de su situación económica, pero mucho menos la “educativa”. Su madre es irresponsable, irrespetuosa con casi todos los que la rodean, aunque se asegura que no le falte nada, sobre todo un techo y comida.
Bobby (Dafoe), el gerente del motel, juega un papel fundamental al respecto, manipulando un poquito las reglas y permitiendo que gente como Halley pueda permanecer en las habitaciones más allá del tiempo estipulado. Magic Castle (así el nombre de este pintoresco establecimiento) carece de lujos y no es la primera elección de los turistas, pero él se encarga de mantenerlo como si lo fuera, y de cuidar a sus huéspedes, sean de la condición que sean. Bobby trata de no involucrarse, ni tomar partido por cada una de las situaciones que se le presentan, pero está claro que tiene sus límites y cierta debilidad por estos pequeñines sin supervisión, y por sus padres sin rumbo fijo. Un Willem Dafoe tan relajado y contenido que nos hace olvidar de todos esos papeles más histriónicos por los que es tan reconocido. Otro de los grandes aciertos del director que, a esta altura, entendemos que puede lidiar con cualquier reto interpretativo, sólo hace falta ver/sentir lo bien que “actúan” esos chicos.
Baker nos pone, de alguna manera, en el lugar del gerente. Nuestra empatía juega un papel importantísimo para relacionarnos con los personajes, aunque algunos, como Halley, nos caigan para el ojete. No es nuestro trabajo juzgarla (sabemos que ella también fue una Moonee en su momento), pero tampoco podemos hacer la vista a un lado, ni celebrar sus irresponsabilidades. Por eso el punto de vista siempre está puesto sobre esta nena que sale a “vivir aventuras”, inconscientemente, para evitar la realidad que la rodea.
Claro que llega el momento de poner los pies sobre la Tierra, y ese es el instante más sincero (dentro de una película súper sincera) de “Proyecto Florida”. Baker no tiene la necesidad de echar mano a golpes bajos, en cambio, la naturalidad con la que se dan los acontecimientos emociona mucho más que cualquier otro recurso narrativo. Eso sí, todo recae sobre Prince (y el director que guió sus pasos) que se merece todos los elogios y los aplausos.
Lo que logra el realizador con las imágenes y, por momentos, con esa cámara en mano curiosa, merece un párrafo aparte. Baker encuentra belleza y emoción incluso donde no la hay, y juega constantemente con los contrastes (visuales y sociales, obvio). “Proyecto Florida” es una odisea fantástica, más allá de que no hay fantasía de por medio, pero el realizador nos hace creer (al igual a que sus jóvenes protagonistas) que pueden existir esos duendes y esa olla de oro al final del arcoíris.
Pocas veces un drama resulta tan reconfortante, a pesar de las miserias que plantea. La idea del director no es ser condescendiente, tampoco crítico, ni mucho menos, simplemente mostrar la realidad desde otra perspectiva y pegarnos donde más nos duele: la vida misma. Imposible despegar estas situaciones de las nuestras, porque no hace falta irnos hasta Orlando para atestiguar estas desigualdades socioeconómicas o encontrar una “Moonee” vagando por los andenes del subterráneo de Buenos Aires. ¿La diferencia? La honestidad, la belleza y la visión de un realizador como Sean Baker.
LO MEJOR:
- La destreza visual de Sean Baker.
- Moonee, siempre Moonee.
- Nos encanta este Willem Dafoe paternal.
LO PEOR:
- Que llegue tan tarde a las salas.
- Que Baker no pueda abandonar el circuito independiente a la hora de los premios.