En los márgenes del progreso
Disney y niñez son dos palabras que a menudo van de la mano. En la sociedad de consumo globalizado en la que vivimos, una de las mecas de la felicidad para los infantes (y también de unos cuantos adultos) se encuentra tras las puertas de Epcot Center y Magic Kingdom, en un mundo de fantasía edulcorada diseñado para escapar por unos días de la realidad.
En Proyecto Florida, el director y guionista Sean Baker describe otra realidad. Una muy distinta, más contundente y sin filtros, que se desarrolla en las cercanías del famoso parque de diversiones. Allí, tan cerca y tan lejos, una madre treintañera y su hija de 6 años subsisten como pueden al aciago día a día en un motel de mala muerte (curiosamente llamado Magic Castle), inmersas en un contexto de pobreza, necesidad, desempleo y fuerte desamparo social.
Irreverentes, impetuosos y desafiantes son los personajes que pueblan las filminas de Sean Baker, pero no por ello menos queribles. Desde la impulsiva Halley (la madre en cuestión, interpretada por la debutante Bria Vinaite) hasta su rebelde y adorable hija Moonee (Brooklynn Kimberly Prince, en una interpretación para el recuerdo), ambas presentan una complejidad notable.
Por un lado, cometen todo tipo de desbordes (los de Moonee, las típicas travesuras de los infantes de su edad; los de Halley, también comprensibles por lo apremiante de su situación económico-social), pero al mismo tiempo cada una de sus acciones detenta una nobleza, una honestidad y una pureza que las hace arrolladoramente encantadoras. En este marco también se destaca el enorme Willem Dafoe, que aquí interpreta a Bobby, el buenazo y paciente encargado del hotel, que en todo momento asume un rol contenedor y protector con todos sus inquilinos, pero especialmente con Halley y Moonee.
La película sigue de cerca las aventuras juveniles de Moonee y sus amigos, y también las idas y vueltas de Halley con los servicios de asistencia social por la tenencia de la pequeña. Con inteligencia, el autor de Tangerine (2015), Starlet (2012) y Prince of Broadway (2008) coloca la mirada en los ojos de la niña y hace convivir la inocencia, el desparpajo y la libertad características de esa edad con la acuciante realidad de una madre soltera desempleada que vive día a día con la incertidumbre de si llegará o no a pagar el alquiler de su habitación.
Sin caer en golpes bajos, Baker explora de manera contundente la realidad de una familia que vive en los márgenes del sistema, allí donde el progreso no llegó, y lo hace sin pelos en la lengua, es decir, sin suavizar el impacto de las situaciones de violencia cotidiana a la que sus personajes se ven expuestos. Con enorme sensibilidad y sin derivar en una mirada romántica o celebradora de la pobreza per se, el realizador construye un relato honesto de personajes arrolladores, en donde lo terrible y lo bello conviven con sorprendente naturalidad, y en donde aún en contextos de necesidades insatisfechas y privaciones varias, la libertad y la felicidad, de a ratos y a los tumbos, se terminan imponiendo.
Por Juan Ventura