Se estrenó Proyecto Florida, el nuevo film de Sean Baker, director de Tangerine y Starlet. Willem Dafoe fue nominado al Oscar por interpretar al gerente de un motel de Florida en donde viven una madre y una hija que deben sobrevivir el día a día.
Sean Baker sigue poniendo el ojo en personajes que viven muy alejados de “el sueño americano”. Desde su segundo film Take Out -exhibido en una edición del BAFICI hace varios años atrás- su mirada se posa en inmigrantes o marginados sociales. Lejos de pretender generar empatía, el retrato de sus personajes y sus batallas cotidianas gozan de respeto y suficiente distancia para construir una crítica sobre los prejuicios y la discriminación que sufren los protagonistas sin apelar a golpes bajos o sentimentalismo.
Moonee (Brooklyn Prince, un hallazgo impresionante) es un niña que vive con Halley (Bria Vinaite, notable debut de esta actriz lituana), su joven madre soltera. Halley vive el día a día, tratando de conseguir empleos pasajeros que eviten que regrese a la cárcel. Ambas se alojan en Magic Castle, un motel donde conviven diferentes etnias, a pocos metros de Disney World.
El director no se ata a una estructura clásica. Su estética narrativa remite al cine de John Cassavetes de los años 70. La cámara es testigo de las travesuras de Moonee y sus amigos por el propio motel, y otros edificios cercanos, lo que terminará irritando a Bobby (un maravilloso Willem Dafoe, alejado de los caricaturescos personajes que suele interpretar), el gerente del Magic Castle, el único aliado de los habitantes del complejo habitacional, a pesar de ser fiel a la política del dueño del motel.
Baker construye un microuniverso con pocos elementos e introduce al espectador en este presente que tiene mucho de neorrealismo. Sin embargo el cuidado en la puesta en escena -en la que se destacan los planos generales-, la elección de la paleta de colores del vestuario que combinan con el estilo kitsch de las paredes de los edificios y el contraste entre la zona urbanizada y la zona natural de los pantanos de Florida, construyen un film llamativo, visualmente atractivo.
A medida que avanza la narración empiezan a sucederse pequeñas tensiones entre los personajes que confluyen en un final memorable. Baker va hilvanando los puntos sueltos de la trama para generar un clímax intenso que se nutre de una banda sonora adecuada.
Es cierto que si bien la narración fluye y el ritmo nunca aminora, los 111 minutos de extensión se notan. Hay bastantes secuencias caprichosas que lo único que aportan es construcción de mundo y, en varios casos, la información resulta redundante. Posiblemente si Baker hubiese derivado la edición a un montajista, el resultado final habría sido más concreto y no perdería la esencia de la narración.
Más allá de eso, se trata de un film hipnotizante. La elección del punto de vista de Moonee como principal narradora del film es adecuada. La cámara a la altura de sus ojos le otorga a la historia una altura e inocencia particulares. Es fundamental el uso del fuera de campo para transformar escenas impactantes en instantes sutiles, que no necesitan de información adicional para sobreexplicar los acontecimientos.