Sean Baker es uno de los pocos realizadores actuales que arriesga y explora el universo cinematográfico, trayendo historias actuales, vívidas, alejadas de aquellas propuestas de la agenda de estrenos que privilegia lo comercial por el hecho artístico.
Si en sus dos anteriores films el desarrollo de tramas relacionadas a la soledad, el paso del tiempo, la lucha diaria por la vida, eran tópicos frecuentes, más allá de si se los trabajó con más o menos solemnidad, o con más o menos originalidad, en el caso de “Proyecto Florida” (2017), su último opus, hay un gesto notable durante toda la duración que amplia esos tópicos al encarnizarlos en niños.
Ese gesto, el de introducirnos en el lado B de los grandes parques de entretenimiento, es sólo el comienzo de un relato entrañable, doloroso, pero esperanzador acerca de la infancia y la imposibilidad de ser aquello que inevitablemente se es.
“Proyecto Florida” profundiza su mirada en bucear, sin juzgamientos, en la miseria de la América de Trump, vomitándole en la cara aquello que decide esconder debajo de la alfombra y que nada tiene que ver con los millones y millones de dólares que se gastan diariamente en los centros de entretenimientos vacacionales.
En el desgarrador y verosímil relato de las andanzas de Moonee y sus amigos, y en la supervivencia que a diario realiza la pequeña con su madre, hay algo de documental y verdad que se escapa a la fugacidad de la imagen.
Sea vendiendo perfumes en las entradas de los hoteles cinco estrellas, sea peleando por un día más en el complejo de departamentos, sea peleándose con los únicos vínculos que poseen para sentirse más seguras, todo comienza a configurar un viaje cuasi antropológico hacia las vidas y rutinas de aquellos que cohabitan con Moonee en las afueras de Florida.
Algunas decisiones, como la de ubicar la cámara a la altura de la mirada de los niños, refuerzan el sentido de acompañamiento, y no de juzgar, con el que Baker desanda las peripecias del relato. Conflictos sobran, pero “Proyecto Florida” prefiere potenciar los vínculos a seguir desarmando cada uno de los personajes a través de sus miserias y dolores.
Moonee siente, vive, llora, ríe, al igual que su madre, quien por momentos pierde su norte y es la pequeña quien la vuelve a encauzar hacia el lugar que corresponde. Más avanza el relato, más se destaca la capacidad del director para construir entramados narrativos que contienen no sólo ya al contexto de miseria y carencia, sino que, principalmente, aporta un aire lúdico y fresco para aliviar el dolor que padecen cada uno de los protagonistas.
A las revelaciones Brooklyn Prince y Bria Vinaite, se suma el experimentado Williem Dafoe, como ese capataz que hace la vista gorda ante muchísimas situaciones, porque sabe que, en el fondo, es el único contacto que tienen todos con la realidad.
“Proyecto Florida” es una película de una sensibilidad notable, que ahonda en cuestiones relacionadas a la familia y el trabajo (o la falta de él), pero también en la amistad, la vida y la música como vehículo de escape.