Proyecto Florida: El lado B de Disney
En algún lugar remoto de Florida existe un mundo que no llega a los folletos de turismo. A tan solo algunos kilómetros de Orlando habitan miles de personas para quienes el prospecto de pisar Disney es un imposible. Sin embargo, a la hora de hacer una película saturada en colores pastel y repleta de aventuras y alegrías infantiles, fue este lado B el que Sean Baker decidió retratar.
Proyecto Florida cuenta la historia de Moone y su pandilla, un grupo de niños que viven en el motel Magic Castle en Kissimmee, Florida. Con tan solo seis años, deberán hacer de su entorno un parque de diversiones para sobrevivir al largo receso escolar que tienen por delante. Por otro lado, la madre de Moone, Halley, debe enfrentar la odisea semanal que es pagar el alquiler de la habitación. La película relata un sinfín de travesuras por las que pasarán las criaturas mientras muestra, a la vez, lo difícil que es la vida para una mujer de pocos recursos como Halley.
Proyecto Florida es un acierto de principio a fin; son muchos los terrenos en los que Baker triunfa al relatar esta historia. En primer lugar, es un retrato muy atinado de la infancia ya que logra ilustrar los miles de mundos que se encuentran al alcance de todo niño sin detenerse en cómo la clase social de cada uno de ellos puede definirlo. Esto, sin embargo, no significa que Baker haga caso omiso a la pobreza en la que viven los personajes. Una de sus aventuras cotidianas, por ejemplo, será pedir dinero en la fila de la heladería y asegurarles a los adultos que su médico les recetó mucho helado para curar el asma. Encantado, algún adulto les comprará el tan codiciado cucurucho.
Aquí yace otra gran cualidad del film, y es que logra retratar un mundo lleno de carencias sin caer jamás en el melodrama ni incitar lástima en los espectadores. En otras palabras, ¿es la vida más difícil para estos niños que para aquellos que disfrutan los fuegos artificiales de Disney que ellos vislumbran solo desde lejos? Probablemente. ¿Es la inocencia de la infancia imposible en este contexto? Claro que no. Tampoco lo es la amistad ni las peleas de Halley con su amiga, ni los vínculos pícaros entre los residentes y Bobby, el conserje del motel.
A la vez, Proyecto Florida es también un fiel retrato de la sociedad estadounidense actual. Mientras los niños recorren los costados de las autopistas, plagados de tiendas ridículamente grandes y de carteles de ofertas vulgares y estridentes, es imposible no pensar en que este es, también, el lado B del capitalismo. Mientras vemos a Moone ser una niña normal y activa, observamos también a Halley fracasar bajo todos los estándares del capitalismo posmoderno. No podemos evitar pensar, aunque sea por un instante, que el futuro que le espera es probablemente similar al de su madre, y que toda aquella fantasía será engullida, tarde o temprano, por un sistema que genera la pobreza que luego expulsa.
Al fin y al cabo, lo que Baker hace con muchísima destreza es transitar las dicotomías del mundo en el que vivimos, sea adultez e infancia, pobreza y riqueza o Disney y Magic Castle. Cabe destacar la monumental tarea actoral de los más pequeños del elenco – particularmente de Brooklynn Prince, quien representa a nuestra protagonista – gracias a los cuales los espectadores empatizarán muy rápidamente con una historia que quizás sientan muy ajena. En realidad, el gran triunfo de Proyecto Florida es que consigue ser fiel a la especificidad de la vida en ese lugar en el tiempo y espacio y, a la vez, ser tremendamente universal.