Sin fronteras
En el noroeste de Francia se encuentra Le Havre, una ciudad portuaria donde el viejo Marcel se gana la vida como lustrabotas. En la primera escena comprendemos que el hombre ha visto casi todo en su vida y ya nada lo sorprende, ni conmueve. Con esa mirada, la de aquellos que saben que no tienen por delante más que otro día para seguir peleándola, Marcel vive despreocupadamente con lo poco que gana, dinero que diariamente le entrega religiosamente a su esposa.
Cierto día, en el puerto, la policía realiza un operativo en busca de inmigrantes ilegales. Adentro de un container encuentran a una familia completa proveniente de África. En medio del operativo un muchacho, alentado por su abuelo, consigue escapar de la requisa gracias a la inacción del inspector Monet -un estupendo Jean-Pierre Darrousin-, quien hace saber a sus subordinados que él no está para esta clase de operativos.
Marcel y el muchacho no tardan en encontrarse, y el viejo en darle asilo con la complicidad de casi todos sus vecinos. Monet, al fin y al cabo un policía, está detrás de ellos, cerca. Así construye el director finlandés un cuentito amable, con toques de comedia, sin estridencias, con personajes lacónicos, casi inexpresivos, subordinados a una dirección tan personal como atemporal.
Hay una pesquisa, un juego de gato y ratón que nos depara un final alejado de toda pretención moral ni mucho menos política, simplemente transcurre, como las cosas simples que encierran grandeza.