El director finlandés Aki Kaurismaki es una extraña mezcla de Ettore Scola y Ed Wood, porque por un lado filma con un estilo –deliberadamente- estático, inexpresivo y lineal y por otro cuenta historias atrapantes y minimalistas pero que alcanzan a emocionar. Esto último sucede en El puerto, Le Havre en su título original, nombre que lleva un apacible y bello pueblo portuario situado al norte de Francia y con el que Kaurismaki arriba a su primera
incursión en el cine de ese origen. Su sencilla y cristalina historia no impide que aborde la desoladora situación del inmigrante en terreno europeo, con un tono nostálgico propio de su estilo pero a la vez con gran frescura y dosis atenuadas de ese humor triste y casi negro que abunda en su filmografía, como por ejemplo en su anterior Luces al atardecer. Un niño africano que forma parte de un grupo de refugiados que llegan a ese puerto, entra en contacto con un pescador de malas costumbres que desafiará a su entorno al protegerlo, cumpliendo de alguna manera una postergada función
paterna. Todos los personajes del film son intencionadamente estereotipados, y llegan a un espíritu solidario en el que hasta el villano inspector termina siendo querible.
Humanismo y minimalismo integrados, dando lugar a una pieza sensible y singular.