Como una fábula de nuestro tiempo
A medida que transcurre la historia, se puede llegar a sentir que se va abriendo una ventana a un mundo en donde las pequeñas acciones cotidianas se elevan a categoría de acto poético. El mundo de los inmigrantes y los postergados.
Tuve la infinita dicha de poder ver por primera vez este último film de Aki Kaurismäki a principios del mes de marzo de este año en el Encuentro Pinamar 2012. Y desde entonces, en más de una oportunidad, en mesas de cafés, en encuentros con amigos, en escritos varios, vengo citándolo y hasta el presente lo sigo considerando como el film más entrañable de todo este año. Más aún, ya figura en mi álbum personal de mis films más amados de la historia del cine.
Tal vez no sea esta, desde lo profesional, la manera de iniciar una crítica de cine. Pero siento este oficio como una auténtica pasión, como una actividad que recorre el fluir de las emociones, en la que los textos y films se abrazan, discuten, se entregan y se vinculan de múltiples maneras.
Ante un film como "El Puerto", definido por su autor como una "fábula de nuestro tiempo", a lo cual adhiero, uno puede llegar a sentir que se nos va abriendo una ventana a un mundo en donde las pequeñas acciones cotidianas se elevan a categoría de acto poético. Los actos de cada día, de estos personajes que habitan este barrio que orilla la zona de Le Havre, en la zona alta de Normandía, en este humilde barrio de casitas bajas, con sus artesanos y obreros, con su típico bar en el que una noche se podrá escuchar la voz de Carlos Gardel y que a más de uno los llevará a que se asomen los reflejos de los óleos de Quinquela Martín; esos pequeños actos que despuntan desde la mañana son captados con la impronta de la sonriente ternura de René Clair y la neblinosa mirada del origen nórdico de su realizador, quien ha elegido una gama de luces que por momentos le otorga un toque de irrealismo crepuscular a los instantes que acontecen.
El plano de apertura del film nos presenta a Marcel Marx, un hombre que orilla los sesenta, alguna vez escritor allá en París, ahora, junto a otro amigo, ambos lustrabotas, esperando en sus funciones en un lugar de Le Havre, ante la llegada de los pasajeros. Esperan y este oficio ya parece ser de otro tiempo, bastan simplemente algunos planos detalles para confirmarlo.
Marcel es un soñador, vive con su mujer Arletty y su perra Laika (pensemos en el significado de este nombre) en una modesta vivienda y pasa algunos momentos, feliz, junto a sus amigos en el bar. Y son ellos mismos los que parecen compartir ese mundo en el que aún pueden ser posibles las utopías. En ese pequeño lugar, transitado por la escritura de relatos orales, irrumpirá primero como sospecha y luego como manifestación inequívoca uno de los grandes dramas de nuestro tiempo, el que tantos gobiernos ultraconservadores tomaron como bandera para triunfar victoriosamente en las urnas, el que confirma una vez más el despojo y la exclusión: el de los inmigrantes que provienen de Africa y de Medio Oriente. Los llamados ilegales, por gran parte de los medios europeos.
En un container, cerrado, que se eleva ante nuestros ojos y ante la mirada de las fuerzas policiales y enfermeros; en ese container desde donde partían llantos de bebé, un grupo de hombres y mujeres africanos de diferentes edades, capturado en un cerrado plano general, emblemático de nuestro tiempo, Aki Kaurismäki nos pide fijar nuestra mirada. Y en su interior, un niño que escapará de allí, ante la aprobación de sus mayores, burlando a las autoridades, escondiéndose, tratando de sobrevivir a lo largo de todo ese fatigoso día. Corriendo, como aquel niño Antoine Doinel, sobre el final de aquella obra maestra de Francois Truffaut del 59, "Los cuatrocientos golpes", interpretada por Jean Pierre Leaud.
Y ahora es este mismo actor, ya en su veteranía, que se asume como el delator del barrio, que informa telefónicamente a las autoridades sobre este niño inmigrante africano, de nombre Idrissa, que corre por las calles y que en pocas horas mÓs conocerá a nuestro lustrabotas, en este cruce admirable que este film admirable nos propone, en el que se saludan y se estrechan las manos Vittorio De Sica, René Clair, Francois Truffaut, Ettore Scola, Jacques Tati y por cierto Pierre Etaix, actor que compone en este film al Dr.Becker.
Si bien en el 2011 "Le Havre" formó parte de la selección oficial en el Festival de Cannes, el film de Aki Kaurismäki en esta oportunidad no obtuvo galardón alguno; por el contrario, la Palma de Oro fue para "El árbol de la vida" de Terrence Malick, obra que considero absolutamente olvidable por su postura conformista, conservadora y viciosamente new age. No obstante, el film que hoy recomendamos y recomendamos fue sí distinguido en numerosas muestras y en otros festivales como se puede hoy seguir en otros medios informativos. Cuesta creer, sin embargo, que algunas revistas hayan objetado de este film su apuesta a la creencia de "un concepto de utopía victoriosa" o "de la defensa de sus posturas idealistas".
Con la llegada del niño africano, Idrissa, todo el barrio participará de su apoyo frente a la severa mirada de control policial. Pero el niño desea continuar el viaje. Y esto lo que lleva a una nueva campaña. La noche se enciende con el jazz, el rock y el soul y las promesas se abren como luego lo harán las flores del cerezo. Mientras tanto, alguien espera en un hospital y posiblemente la luz pueda virar hacia otro tono.
En deslizamientos pausados que nos recuerdan algunos momentos de los más fascinantes melodramas clásicos, y basta sólo un cambio de luz y un nuevo fraseo musical para ello, "El Puerto" traza breves escenas de calibrado humor que nos llevan a sonreir ante el prodigio de lo espontáneo; ante ese guiño que se juega sobre la cubierta de la embarcación y de frente al bar que tanto nos recuerda a la mítica "Casablanca", en nombre del principio de una amistad; y con lágrimas en los ojos, de felicidad, ante esa solidaridad, ante todo esto que necesitamos, ante el reconocernos en el dolor del otro; como lo lograban los hermanos Dardenne en este film que vimos hace unos días en "El chico de la bicicleta", como nos lo ofrece Robert Guediguian en su último film, presentado el pasado martes en Cine Club, "Las nieves del Kilimanjaro".