Le Havre, la ciudad de los milagros
Se podría decir que a base de huevos, pan, vino y cigarrillos es lo que caracteriza a Marcel Marx, un poeta ahora dedicado a lustrar botas en Le Havre, una ciudad francesa portuaria. Sus bolsillos están vacíos del mismo modo que a su placard le falta ropa pero si alguien precisa ayuda él será el primero en dar una mano.
Es increíble como los personajes creados por el director finlandés, Aki Kaurismäki, logran desde la inexpresividad facial, el tono monótono de la voz y la pasividad en los movimientos, trasmitir afecto. Son seres carentes de maldad que transitan sin motivaciones. En situación de bajos recursos se proyectan a ayudar a quién más lo necesite. Marx, que tiene deudas en todos los comercios de su barrio y con su esposa internada, decide ayudar a Idrissa, un refugiado africano que tiene que continuar su camino hasta Londres, y desde su empeño organiza un show para juntar plata.
Cuando la mujer de Marcel es hospitalizada, el médico que la atiende -perfectamente interpretado por Pierre Étaix- le explica algo así como "solo un milagro la puede ayudar", en tanto que ella le responde: "Puede haber un milagro pero no en mi barrio". Pero si, en Le Havre los milagros se realizan porque estos personajes son sacados de un cuento. Todo se concreta mejor manera y nadie quiere lastimar a nadie, ni siquiera el inspector o el pequeño personaje de Jean-Pierre Léaud.
Con un decorado acartonado y opaco, Kaurismäki rompe con esa frialdad generando momentos hermosos en esta tragedia con olor a mar. Pero considero que hay un desvío en el tono con el que venía trabajando el metraje siendo la escena donde Little Bob interpreta toda la canción.