Un mundo menos peor, sin prejuicios
La última obra del prestigioso director Aki Kaurismäki ganó un premio en el festival de Cannes del año pasado y ahora llega a nuestro país. Una mirada lúcida y sensible sobre el problema de la inmigración ilegal en Francia.
Desde el comienzo mismo del cine existen todo tipo de películas en un amplio abanico que abarca a las extraordinarias, las ordinarias, las genialidades y las miserables, pero pocas que puedan entrar en la categoría de films felices. De esa hipotética lista forma parte El puerto. Presentada en el Festival de Cannes del año pasado y ganadora del Premio Fipresci de la crítica, el film de Aki Kaurismäki (Luces al atardecer, El hombre sin pasado) es una obra maestra que, como siempre en el director finlandés, centra su mirada en la problemática político-social, esta vez desde la inmigración ilegal africana en territorio francés.
El drama de los desesperados que llegan a la opulenta Europa para construirse un futuro está contado a través de Marcel (André Wilms), un hombre ya mayor que en el film se sugiere que en el pasado fue escritor y que en el presente se gana la vida como lustrabotas en el puerto, y con las pocas monedas que logra reunir día a día vive dignamente con Arletty (Katy Outinen), su mujer, que arrastra una enfermedad terminal que oculta a su esposo. La apacible vida de Marcel, que parece satisfecho con su existencia, se divide entre el escaso trabajo, su hogar y un bar del barrio que alberga unos cuantos personajes curiosos, se trastoca cuando encuentra a un niño africano –“¿Estoy en Londres?”, le pregunta con el agua a la cintura al sorprendido Marcel, que almuerza en una escalinata en el puerto–, que llegó hacinado al país con otros miserables en un contenedor y escapó de las autoridades de migración.
A partir de allí, Marcel da refugio al niño que intenta llegar a Inglaterra para reunirse con el resto de su familia, elude a un policía (Jean-Pierre Darrousin) en plan de film noir y divertidamente desproporcionado para la búsqueda de un indocumentado, mientras cuida a su mujer sin saber que está gravemente enferma. Y poco a poco, en ese barrio apartado de casitas bajas y gente humilde, empieza a surgir la solidaridad, el amor por el prójimo y una humanidad a prueba de los cinismos más blindados.
Narrada en un tono de cuento de hadas, El puerto pone en aprietos la tarea de describir la felicidad que produce cada uno de los instantes que está en pantalla, donde las mejores cualidades del hombre emergen libres de todo prejuicio y cálculo, donde el humor, los homenajes a glorias del cine francés como Jean-Pierre Léaud y Pierre Étaix, conviven sin dificultad con la necesidad de retratar a varios, muchos personajes nobles que trabajan, se enamoran y hacen suyas las causas perdidas pero que creen justas.