Al diablo la realidad
¿Se puede resumir en poco más de noventa minutos casi toda la cultura moderna de Occidente para dar un mensaje poético y esperanzador a la vez? El finlandés Aki Kaurismäki demuestra que sí, se puede.
Ambientada en Le Havre, Francia, “El puerto” tiene como protagonistas a un puñado de seres cuasi marginales, que llevan un modo de vida extremadamente modesto, pero llamativamente digno.
El personaje central es un hombre mayor que aparentemente sobrevive como lustrabotas callejero. ¿Su nombre?, Marcel Marx. Vive en una modesta casita, en una barriada muy parecida a cualquier villa suburbana argentina, con su mujer, Arletty, y una perra, Laika. Las costumbres cotidianas del matrimonio, con sus rituales y gestos, develan una educación y un buen gusto que contrastan con los limitadísimos recursos con que subsisten.
Con breves pinceladas, Kaurismäki se las ingenia para mostrar el entorno y sus características, donde la violencia dice presente desde un principio, aunque también se ve contrarrestada por los fuertes lazos que se generan entre esos seres de oficios tan precarios como eternos. Músicos ambulantes, meseras, verduleros, panaderas, buscavidas varios y por supuesto, los omnipresentes policías.
Con ese aire de cuento de hadas que el finlandés les imprime a sus películas, “El puerto” muestra cómo de repente la vida de Marcel sufrirá un cambio inesperado y profundo. Es testigo, sin querer, del hallazgo de un grupo de inmigrantes africanos en un contenedor depositado en el puerto por alguno de los barcos arribado recientemente. Los polizones son detenidos por la policía pero un adolescente logra escapar.
El joven Idrissa lo único que quiere es llegar a Londres, donde está su madre. Su abuelo lo acompañó hasta allí y ahora sus destinos toman caminos diferentes. El anciano será recluido en un centro de refugiados y el pequeño, a la buena de Dios, tratará de cumplir con su objetivo.
El caso despierta gran curiosidad en el ambiente y un revuelo constante de policías. Y por esas cosas, el muchachito termina en casa de Marcel, quien de golpe se encuentra solo porque su mujer tuvo que ser internada de urgencia por una grave enfermedad.
A partir de allí, Marcel se multiplicará. Tendrá que hacerse cargo de varias cosas a la vez, pero se lo ve decidido y como fortalecido por la adversidad, que le da más responsabilidad y a la vez refuerza su sentido del deber y de la solidaridad.
Talento y magia
El sentimiento es contagioso y entre todos los vecinos consiguen ayudar a Idrissa y también darle una mano al hombre afectado por la enfermedad de su esposa. Y paso a paso, las cosas irán acomodándose de modo que se arribe a un final feliz, aunque sea momentáneamente feliz. Tanto, que un hombre que no expresa tener ninguna fe religiosa, termina creyendo en que los milagros existen y él ha sido tocado por esa gracia inexplicable.
Kaurismaki lo hizo, una vez más. Con su talento y su magia, logra transmitir un mensaje pleno de sentido humanista que sin escamotear la dura realidad, eleva el pensamiento hacia realidades más espirituales y bellas, otorgándoles un sentido trascendente a las experiencias humanas, por más insignificantes que parezcan.