Aki Kaurismäki, finlandés de impura cepa, es de esos nombres del cine que han encontrado la consagración en el gran circuito de festivales. Eso no implica nada, nunca -equivale a decir que una pelìcula es buena porque hace miles de millones- pero en el caso de Kaurismäki, es justo. Es de los pocos directores que han sabido combinar el mundo que lo rodea (esa Finlandia gris y rara), un ejercicio personal del cine -con esos planos que están, incluso en los momentos más dramáticops, al borde de la caricatura- y una profunda empatía con sus personajes. Ahí está como prueba la magistral El hombre sin pasado, o esta El puerto, que marca una continuidad -no una continuación- con aquel film. Aquí hay un escritor que se retira a trabajar de lustrabotas en la ciudad portuaria francesa de Le Havre y su relación con un chico refugiado africano. Dos forasteros en tierra extraña cuyo entrelazamiento no es ni automático ni forzado, y equilibra cada elemento dramático con una distancia justa que nos permite, también, ver el costado ridículo, asombroso o cómico de lo que nos rodea. Hay una puesta en escena de gran precisión (no hay nada de más) y el suspenso de saber cómo estas criaturas deciden comenzar de nuevo con sus vidas, buscar no una utopía (palabra que cada vez tiende más a marcar autoritarismos) sino el propio lugar modelado según las propias reglas. No es fácil conmover sin pegar debajo del cinturón, y aquí el finlandés lo hace con una palmada en el hombro jamás condescendiente.