El lustrabotas solidario
Con su habitual laconismo y humor sutil, aunque con una fuerte mirada crítica el realizador finés Aki Kaurismäki entrega en su film más reciente El Puerto una fábula moral donde una comunidad de proletarios, liderados por el protagonista llamado –paradójicamente- Marcel Marx (André Wilms) se encargan de proteger a un niño refugiado Idrissa (Blondin Miguel) proveniente de Gabón, quien viaja de manera clandestina junto a otros coterráneos escondidos en un container hacia Londres pero la embarcación queda en Normandía y debe permanecer oculto en el barrio para no ser deportado ante las autoridades francesas que lo buscan incansablemente.
Por su parte, el lustrabotas Marx vive con su esposa, quien debe internarse dada que su irreversible enfermedad necesita de cuidados médicos y sus posibilidades de supervivencia son casi nulas, a pesar de que el protagonista no sabe la gravedad del asunto y ocupa su tiempo en la ayuda de Idrissa, el niño refugiado, cuya madre se encuentra en Londres y lo espera.
Kaurismäki apela a la sensibilidad del espectador para construir su colectivo social en el retrato costumbrista de sus parias consuetudinarios, a quienes imbuye de emoción. Si bien ese armado de los personajes lindantes con estereotipos aparece desde un enfoque humanista, la ironía arremete con ferocidad al explorar el flagelo de la inmigración ilegal desde el punto de vista de las víctimas y de la solidaridad de clase que va más allá del color de piel.
Sin embargo, el registro elegido no es el melodrama social sino la sátira hacia ese género y en un segundo plano hacia la tendencia moderna del miserabilismo cinematográfico que explota con fines estéticos temáticas serias y siempre llama a la polémica, tanto en la crítica como en el público.
El Puerto funciona desde el punto de vista narrativo como un fresco social de absoluta calidez bajo la mirada atenta de un director que asume una posición ideológica que se sostiene a fuerza de estilo y talento con un fuerte compromiso hacia la historia y los personajes. Por eso en su calidad de fábula y en su tono irreal se permite dejar todo tipo de injusticia o maldad en un fuera de campo constante para regalar finales felices como respuesta ante las duras políticas de inmigración y las evidentes ausencias de los Estados en la resolución de conflictos sociales.
En esa galería variopinta de personajes que se cruzan en el derrotero del noble Marx pueden destacarse el inspector Monet (Jean-Pierre Darrousin), el vecino traidor encarnado por Jean-Pierre Léaud, entre otros, a los que debe sumarse el significativo aporte de una banda sonora que como es tradición en las películas de Aki Kaurismäki introduce tangos argentinos, que en la atmósfera melancólica que atraviesa sus mini universos sociales cada día suenan mejor.