Figuras de la resistencia
La solidaridad es un término tan gastado como el concepto de resistencia; usados sin discreción se vuelven exangües. Pero en El puerto no se dicen, se muestran, y de un modo tal que la ternura preside los actos de los personajes y la lógica de los planos. No hay muchas películas como esta pequeña obra maestra de Aki Kaurismäki.
¿De qué se trata? En principio, de la inmigración ilegal en Europa, en un tono no muy lejano del cuento de hadas, incluso hasta habrá un milagro, aun cuando el apellido del protagonista, un lustrabotas, no resulte simbólicamente inocente: Marx. Será él quien lidere la resistencia barrial frente a un sistema de persecución casi militar que funciona al norte de Francia, en Le Havre, en Calais, como si se tratara de una guerra difusa contra el extranjero.
Aquí, un niño procedente de África, hallado en un contenedor junto con otros "muertos vivos", se ha escapado. En los diarios el intruso preadolescente ya casi parece tener vínculos con Al Qaeda, y habrá vecinos soplones, tal vez nostálgicos del régimen de Vichy, dispuestos a denunciar por teléfono el paradero del terrorista, sustitución ideológica del judío (lo que explica el anacronismo discreto de la puesta en escena: los teléfonos antiguos y la mixtura de autos antiguos y modernos).
Marx, que trabaja con un vietnamita con residencia y casado con una finlandesa, es sensible a la suerte del niño. Le dará un sándwich, un techo, hasta juntará dinero organizando un concierto de rock para pagar el viaje clandestino que lleve al pequeño Idrissa a Londres, donde viven algunos de sus familiares. Mientras tanto, su mujer será hospitalizada: una enfermedad mortífera anida en su vientre.
Pero El puerto, a pesar de lidiar con la xenofobia y la violencia de estado, jamás asfixia. Su paradójica austeridad expresionista opera un distanciamiento mágico sin anular la clarividencia. Los colores elegidos, los ocasionales compases musicales de Rautavaara, la (in)expresividad de sus intérpretes y el retrato amoroso de una comunidad en la que los humildes se organizan para ayudar a esa criatura peligrosa llegada de un continente desposeído se imponen a la naturaleza aciaga del tema. ¿Así se filma la utopía?
El gran Kaurismäki, en un inclasificable estado de gracia, nos cuenta acerca del estado del mundo. De los planos iniciales de los zapatos de los transeúntes de una estación hasta el plano medio de un cerezo en flor, habrá pasado una hora y media: tiempo suficiente para volver a creer en el cine.