Ante un hecho que nos quiebra y asusta, siempre hay otro que simultáneamente nos hace fuerte y nos permite luchar.
El último filme del finlandés Aki Kaurismäki (El hombre sin pasado, La Vie de Bohéme) nos trae el panorama actual de Francia. En un pueblito portuario llamado Le Havre -también su título original- la inmigración es uno de los mayores problemas. En containers llegan habitualmente grupos de personas que intentan de alguna manera salvarse. Uno de ellos será Idrissa, un menor inmigrante africano que aspira poder cruzar el Canal de la Mancha y reencontrarse con su madre que vive allí. Su ángel salvador será Marcel Marx (André Wilmslow), un escritor bohemio que un día decide abandonar todo y llevar una vida simple, tranquila, sin pretensiones en esta ciudad donde vive con su mujer Arletty (Kati Outinen) y se mantiene a medias gracias a su trabajo como lustrabotas.
Así de simple es la vida de Marcel, hasta que un día su mujer enferma terriblemente y se cruza con Issidra, que se encuentra escondido, entre asustado y muerto de hambre en el agua para evitar que lo capturen. Algo nace ahí que Marcel decide ayudarlo con una mano de sus vecinos, quienes juntos intentan recaudar el dinero suficiente para que el joven escape en un barco de manera ilegal. Punto aparte es el detective del puerto (una mezcla extraña de Sherlock Holmes con Inspector Gadget) que estará asechándolos todo el tiempo.
El puerto es, realmente, una obra poética. La forma de introducir a los personajes, de permitirnos su apropiación y de sentirlos como parte de nuestra vida desde siempre es algo muy difícil de lograr y es algo que Kaurismäki obtiene en los primeros diez minutos de película. Imposible no sentir en Marcel un sentimiento de sencillez, humildad, sin pérdida del efecto de felicidad o tristeza. Imposible no querer al personaje incluso antes de decir un diálogo. Las imágenes dicen todo, en cada escena el director nos acerca más a los personajes, nos permite involucrarnos con ellos, nos permite quererlos.
Ganadora del premio FIPRESCI en el último Festival de Cannes y nominada al Palma de Oro, El puerto es entretenida, fotográficamente impecable, emotiva y sorprendente. Una manera muy diferente de contar el gran problema de la inmigración en Francia, que ya hemos visto en el crudo filme de Sylvain George: Qu´ils reposent en révolte (des figures de guerres).