Zombis telefónicos
Es entretenida, pero no aporta nada a los lugares comunes del subgénero post apocalíptico.
Ningún medio mejor para estupidizar, dominar o eliminar al hombre que un celular, ese apéndice electrónico del cuerpo humano. El villano de Kingsman: El servicio secreto (2014) lo sabía y así intentó realizar sus malvados planes, pero a Stephen King se le había ocurrido primero y ya lo había escrito en Cell (2006). El pulso es la adaptación de esa novela, con la participación del propio King en el guión: en realidad, la cuestión telefónica es sólo el disparador de una clásica historia post apocalíptica de zombis.
Un buen día, los celulares emiten una señal que convierte a todo el que esté usando uno en una suerte de subhumano descerebrado y dominado por un instinto asesino. Todo es caos y destrucción, pero se forma el típico grupito de sobrevivientes, encabezado por Clay Riddell (John Cusack, víctima de una tintura que atenta contra su credibilidad) y Tom McCourt (Samuel L. Jackson, que casualmente interpretó al villano de Kingsman). En estas películas siempre hay una travesía hacia algún lado, y aquí el destino es la casa de la mujer y el hijo de Clay, de quienes no se sabe nada desde el día del apocalipsis telefónico.
Con algunas escenas cómicas a su pesar, unas cuantas ideas con tufillo ajeno, y un final desconcertante, algo hay que reconocerle a El pulso: es entretenida. Pero, más allá del vehículo de destrucción masiva, no aporta nada nuevo al subgénero post apocalíptico.