"El pulso", un filme de terror que te hará querer apagar tu celular para siempre
Si bien es una película más de zombis, El pulso cumple y alerta de los peligros que conlleva estar siempre pegados a la pantalla del celular.
Al menos desde la primera generación de la Escuela de Frankfurt se viene alertando de los peligros que acarrea la híper tecnologización de las sociedades industrializadas, esa arma de doble filo que tiende a la uniformización de los ciudadanos, a la creación de una mente colmena a las órdenes del capitalismo.
Esta enorme red de personas intercomunicadas puede servir para obrar por el bien común, pero también significa la zombificación de las partes, la despersonalización de los individuos, a quienes convierte en autómatas bobos que se conducen hacia un mismo lugar, como si se tratara de un gran hombre unidimensional.
Cell (2006), una de las tantas novelas de Stephen King, plantea este tema y se centra en un objeto indispensable en estos tiempos: el celular. ¿Acaso la gente ya no puede vivir sin ese aparatito? El capitalismo triunfa en sus juguetes enajenantes, esos que crean necesidad, dependencia, adicción.
El fuerte de El pulso, la película basada en esta novela, está en sus dos protagonistas principales: John Cusack y Samuel L. Jackson, cuyas actuaciones se ajustan a la propuesta del filme, a su puesta en escena, a su espíritu de clase B. La dirección es de Tod Williams y el guion, del propio Stephen King.
El novelista gráfico Clay Riddell (John Cusack) se encuentra en el aeropuerto de Boston llamando a su mujer y a su hijo cuando se queda sin señal en el celular. De pronto se ve envuelto en una especie de mini apocalipsis en expansión, donde todos a su alrededor empiezan a comportarse de manera extraña y agresiva a causa de la radiación de los celulares.
Clay se refugia en un tren con personas aún no convertidas en zombis rabiosos y se une a Tom McCourt (Samuel L. Jackson). Juntos emprenden un desesperante deambular por la ciudad mientras enfrentan a los llamados “chiflados telefónicos”.
La película tiene un comienzo potente. La edición con planos breves y rápidos de la gente hablando por su celular funciona como el montaje que mejor representa esa (in)comunicación rápida, entrecortada, inentendible.
Es cierto, El pulso no agrega demasiado al género de los muertos vivos. Pero la zombimanía siempre es necesaria, porque está para recordarnos en qué nos ha convertido la sociedad de consumo.