El pulso es un conjunto de explosiones fallidas, zombies para nada aterradores, personajes desgastados y una desilusión para cualquier fanático de Stephen King.
La tecnofobia es el rechazo a las nuevas tecnologías. En Cell, novela que Stephen King publicó hace diez años, los seres humanos se ven alterados por una misteriosa señal emitida por los teléfonos celulares. Un extraño sonido los convierte en una especie de zombies capaces de destrozar cualquier cosa que tengan en frente, inclusive a sí mismos. Aunque la oferta de El pulso es seductora, en el camino queda cualquier ilusión de encontrar la nueva Carrie, Misery o, sin poner la vara alta y ya lejos de cualquier trabajo basado en un libro del autor, la reciente Guerra Mundial Z.
Hace casi cuatro años el proyecto fue pensado como una miniserie, de la que también Williams sería el director. Pero antes de que el proyecto quedara trunco, la idea de adaptar el libro al cine tenía al director Eli Roth a la cabeza. Tras el fracaso consumado, quedó la sensación de que el director de Cabin Fever y Hostel, especialista en cine de terror, podría haberle exprimido el jugo a la historia más que Williams. La deficiencia estructural y de causa y efecto que el director y el autor de la novela le dieron a la historia -King trabajó en el guión- hacen que la función base de la película, que es entretener y asustar, no se cumpla. Y si la base no está, a no esperar adicionales.
Es contraproducente que el resultado tan nulo del film deje escenas memorables, o por lo menos que encienden la lamparita del gustoso. Hay una escena que detalla el comportamiento de un aglutinado de zombies en descanso, mientras suena de fondo el “Trololo”, de Eduard Jil y saca sonrisas pícaras, de entendimiento para con las buenas intenciones del film. El pulso es una especie de road movie zombie -al estilo The Road pero solo como un aglomerado de las pocas deficiencias de esta-, en la que el personaje principal, Clayton (John Cusack), se dirige hacia un lugar específico en donde supuestamente está su hijo. Cuando va casi una hora de película y un sinfín de golpes de efectos que pierden la batalla contra el susto del espectador, llega un halo de esperanza: los personajes parecen encontrar su rumbo, los enigmas ya develados toman poder y la oscuridad de la trama tiñe a los que en ese entonces eran tibios ataques zombies. Pero para desilusionar aún mas al público, ese halo culmina a los pocos minutos, cuando llega un desenlace confuso, insulso y predecible. El resultado confluye en una excesiva carga de escenas inconexas que ahuyentan a cualquier posible lector de la novela.
Cusack y Jackson compartieron reparto en 1408, otra adaptación de un libro de King. El resultado del film de 2007, dirigido por el sueco Mikael Håfström, fue más sólido y jugoso que este. Lastimosamente, la compañía de Cusack, un acumulador de residuos fílmicos contemporáneos, no tiene la incidencia a la trama y la definición que merece. Sucede lo mismo con el resto del reparto, inclusive con el legendario Stacy Keach, que parece intervenir solo para justificar su nombre en los créditos finales. Williams, que solo había incursionado en el terror en 2010 con la segunda parte de Actividad Paranormal, demostró que lo que mejor le sienta es la comedia, género con el que hizo reconocible su nombre, allá por el ’98, con The adventures of Sebastian Cole.