Separada del Joker, Harley Quinn vagabundea por las calles de Gotham sin chaleco antibalas. Es que su relación con el villano más famoso del cine la protegía: ahora todos aquellos a los que le hizo algo quieren vengarse. Bien al estilo no-cronológico de Pulp Fiction, el personaje de Margot Robbie narra los acontecimientos que la llevaron a relacionarse con un empoderadísimo grupo de mujeres y a enfrentarse a Black Mask, el malo de turno.
Banco Río; 13 de enero de 2006; Acassuso; quince millones; dos gomones; cinco hombres. El robo del siglo podría ser descrito de muchas formas, pero con la película de Ariel Winograd llegó la manera definitiva de hacerlo. El director de Cara de queso y Sin hijos amolda con éxito los delirantes sucesos ocurridos a cargo de Luis Vitette Sellanes y sus secuaces al particular mundo de comedias que construyó a lo largo de casi una quincena de años.
La obra teatral de Cats estuvo 21 años en cartelera en Londres y 18 en Broadway. No sucederá lo mismo con la película. La adaptación cinematográfica de Tom Hooper falla por todos los rincones, empezando por unos efectos especiales a medio hacer y terminando en una trama casi inexistente que comete el peor de los pecados en una historia como esta: aburrir durante gran parte del relato.
Jojo Betzler es un nene alemán que tiene a Hitler de amigo imaginario. Esa es la delirante premisa de la fábula anti-nazi que Taika Waititi pudo meter entre rayos de dioses y cascos mandalorianos. En su nueva película, el director neozelandés capta la esencia de sus primeros films y, a la vez, aprovecha el presupuesto que logró post-Thor: Ragnarok y Casa Vampiro para trabajar en extrañas y elaboradas locaciones con un elenco de primera mano, como el que conforman Roman Griffin Davis, Scarlett Johansson, Sam Rockwell y él mismo. El director juega con los contrastes en todo momento y de diferentes formas. La música anempática; la comedia negra y el drama; la cámara lenta en juego con los encuadres dinámicos y los planos que parecen detenerse en el tiempo; las licencias fantásticas en un contexto reconocible y la forma de expresarse de los actores en contrapunto con el momento histórico son algunas de las características impuestas en este sentido por Waititi que no hacen más que convertir a Jojo Rabbit en una película personalísima e inclasificable. Pero el redactor de estas líneas se detendrá en lo que cree que es el principal logro del neozelandés en la construcción de su película: si bien está sostenida por una estructura clásica, es sorprendente la convivencia increíblemente natural de un humor negrísimo y efectivos golpes bajos repletos de dramatismo. Waititi anula lo políticamente correcto al exponer durante la primera parte del film todos aquellos latiguillos que deberían ser evitados si existiera una polémica “ley” que reglamentara qué es lo adecuado y que no en determinadas historias. Durante los primeros minutos del film hace que sus personajes ya no tengan nada más que decir al respecto, acostumbrando rápidamente al espectador al tono de la película y preparándolo para los momentos reflexivos y emotivos. Otro aspecto a destacar de Jojo Rabbit es lo que fue mencionado anteriormente como “planos que parecen detenerse en el tiempo”. Así como una película de Anderson, las locaciones de la Alemania de Waititi parecen maquetas planas, estilizadas y sin cielo, que son atravesadas lateralmente por sus personajes. En varias oportunidades, el director consigue encuadres compuestos de manera tal que podrían ser pinturas suyas, con todas las excentricidades que podrían tener estas (véase las de Lynch, que parecen planos de sus películas). A su vez, los caricaturescos Hitler, Rosie o Klenzendorf fluyen extrañamente en las escenas a tono con la mirada del niño protagonista, como si éste los hubiera insertado en su mundo imaginario. Se ha hablado mucho de que Jojo Rabbit comparte elementos de La vida es bella, pero si uno quiere hacerse una idea previa más acertada de la película debería, por las pequeñas causas mencionadas en los otros párrafos, sustraer mentalmente algunos recursos característicos -plásticos, sobre todo- de la obra de Wes Anderson y recordar el humor tan particular de filmes del propio Waititi, como What We Do in the Shadows o Hunt for the Wilderpeople. En su última película, el director da la sensación de haber logrado desafiar de alguna manera su yo-autor y esto da como resultado un híbrido nunca visto en su filmografía. POR QUE SI: «Sorprendente la convivencia increíblemente natural de un humor negrísimo y efectivos golpes bajos repletos de dramatismo»
Encontrar una película como «Bacurau» en las salas argentinas es tan difícil como encontrarle errores a cualquiera de los filmes que componen La trilogía del dólar, de Sergio Leone. En su tercer largometraje, Kleber Mendonca Filho (en este caso en colaboración con Juliano Dornelles) revive al director italiano y ofrece la posibilidad de que el público vea algo similar a lo que sería un western de Sergio atravesado por los avances tecnológicos que describen esta época. A su vez, el film funciona como una brutal alegoría política de Brasil: cuando pasen los años «Bacurau» no servirá solo para entretener sino que será un checkpoint que apunte con el dedo a los que, al momento de su estreno, eran dueños del poder. La estructura de Bacurau está delimitada por tres grandes porciones heterogéneas y embebidas en un estilo que, como fue mencionado anteriormente, toma ideas leonianas, así como también conceptos de la filmografía de Glauber Rocha y de Aquarius, del propio Mendonca Filho, que supo mostrar a una prodigiosa Sonia Braga (en esta adquiere un registro diferente, cuasi deshumanizado) en una historia, al igual que en «Bacurau», de fuerte contenido metafórico y social. Para no arruinar ninguna de las decenas de sorpresas que tiene la película lo único que se puede adelantar de la trama es que comienza con dos jóvenes llegando a un pueblo que está desapareciendo del mapa -literal- y poco a poco se ve afectado por eventos misteriosos. Si bien el esqueleto del film se mantiene en pie por cuestiones de la estructura clásica, en contadas ocasiones Kleber y Dornelles se atreven a romper los esquemas de sentido y movimiento de los personajes. En varias situaciones puntuales, el narrador aporta inquietud, misterio y abstracción a través de planos repetidos y desubicados en tiempo y espacio; misteriosos personajes y acciones que no explicitan nada concreto y superposiciones, fundidos y sonidos que no parecen no condecir con el mundo real. «Bacurau» es un film crudo, celebratorio, de esos que se valen de cuanto recurso cinematográfico haya para criticar, entretener y funcionar como ejercicio de estilo en partes iguales. Mendonca Filho le canta re-truco a sus dos películas anteriores y regresa de nuevo para molestar y exponer a clásicos reversionados, biopics políticamente correctas y decenas de secuelas, remakes y reboots. En esta película, las voces de la dupla de directores se hacen siempre presentes y su audacia y creatividad no hacen más que confirmar que habrá que tenerlos en cuenta a futuro. POR QUE SI: «El film funciona como una brutal alegoría política de Brasil»
Si solo contamos las películas que dirigió Clint Eastwood podemos decir que la octogenaria estrella hizo mas o menos un film cada dos años. El caso de Richard Jewell llega para cerrar a modo de broche de oro una década que, salvo algunas excepciones, lo encontró explorando hazañas humanas, descubriendo héroes y mostrando flamear decenas de banderas estadounidenses.
La última película de la nonalogía más famosa de todos los tiempos le rinde honor a su título: la trama va en constante in crescendo desde el término de la primera hora hasta el último de sus aproximadamente ciento veinte minutos. En ese tramo de filme, en donde termina el segundo acto y comienza el tercero, J.J. Abrams oficia de director de orquesta y ofrece de todo: desde gags cómicos capitaneados por Finn y Poe y giros de tuerca insólitos hasta escenas fan service y una secuencia que coquetea con el terror como nunca antes en toda la saga. La utilización del término fan service como único argumento para quitarle cualidades a un film resulta un poco vago , teniendo en cuenta que uno al hacerlo se pone automáticamente en una suerte de penoso rol de falso guionista. Si el conformar a los fanáticos de una película efectivamente estuvo en los planes de el o la encargada de llevar a cabo los acontecimientos de una trama, deberá analizarse de qué manera se intentó llegar a ello y cómo quedaron las “situaciones favor” incrustadas en la historia. En el Episodio IX hay varias escenas que invitan a reflexionar sobre el fan service, pero, a fin de cuentas, no hay muchos planos que estén fuera de lugar o queden expuestos como deus ex machina. En este sentido, el ejercicio, quizás lúdico, de tratar de dilucidar de qué manera podría haber sido mejor tal o cual cosa aplicaría a todo el film y no solo a las escenas tildadas de fan service. Como toda película de Star Wars, la secuencia de títulos inicial introduce al espectador en una historia que está trotando. Episodio IX enseguida revela a gran parte de los protagonistas y coloca a cada uno de ellos en una carrera contrarreloj de la cual surgirán nuevos personajes (uno de los cuales es muy adorable) y muchísimos enfrentamientos en diferentes locaciones de variadas texturas. La vuelta de J.J. Abrams a la cancha es bastante notoria, más aún teniendo en cuenta el resultado arrojado por Rian Johnson en la película anterior. El director de Entre navajas y secretos ofrece una Star Wars límpida, algo poética y desordenada, mientras que el de El despertar de la fuerza unifica de manera sólida la historia de las tres últimas películas, otorgándole a esta última la presencia espiritual de la primera trilogía. Aunque hacer una rigurosa comparación entre El ascenso de Skywalker y los episodios V y VI resulta inviable por los diferentes contextos que las envolvieron, esencial y formalmente las tres películas andan de la mano. Es recién en el cierre de la nueva Star Wars cuando Rey, más allá de la resolución de su historia, alcanza su mayor estatus “Luke Skywalker” y cuando la trilogía se permite, a modo de evocación puramente nostálgica y de sostén dramático, entregarse a muchísimas reminiscencias de una saga plagada de acontecimientos épicos que viven en las memorias de diferentes generaciones. Es en El ascenso de Skywalker cuando todas las películas que convirtieron a Star Wars en lo que es aparecen como fantasmas transparentes y permiten que la última, así como todas ellas, se esfume en paz para unirse a la exclusiva perpetuidad que tiene la saga en la historia del cine. POR QUE SÍ: «J.J. Abrams oficia de director de orquesta y ofrece de todo: desde gags cómicos capitaneados por Finn y Poe y giros de tuerca insólitos hasta escenas fan service y una secuencia que coquetea con el terror como nunca antes en toda la saga»
El prestigioso detective Benoit Blanc y su equipo entran en escena para tratar de descubrir por qué murió el novelista Harlan Thrombey a pocos minutos de haber terminado la fiesta de su cumpleaños número 85. Esa es la premisa de Entre navajas y secretos, que llega a las pantallas de los cines argentinos con una intrincada y entretenida trama que invita a que el espectador complete el “juego de mesa” junto al protagonista (aunque este, quizás, esté un paso más adelantado).
En los últimos años, las coproducciones entre Argentina y España fueron los estrenos nacionales de mayor llegada al público, ya sea por sus figuras o la posibilidad de estar en varias pantallas de cines comerciales. Kóblic, Al final del túnel, Sin hijos y Casi leyendas son algunas de las películas de la línea de Sólo se vive una vez. El director Federico Cueva no apuesta a una figura española perdida entre un reparto de argentinos reconocidos, sino a tres actores que pisan fuerte en el viejo continente y, en el caso de uno, en todo el mundo: los españoles Santiago Segura, Arancha Martí, Hugo Silva y el francés Gerard Depardieu. El cuarteto internacional acompaña a Peter Lanzani, Pablo Rago, Darío Lopilato, Eugenia “China” Suárez y Luis Brandoni en una ópera prima de acción ochentosa cargada de explosiones, gags y personajes tan estereotipados como bizarros. Leonardo (Lanzani) es un ex convicto que, luego de haber sido testigo de un asesinato, consigue casi sin querer la patente de un fórmula que necesita un grupo de mafiosos para seguir con sus chanchullos. Esos peces gordos son nada más ni nada menos que Duges (Depardieu), Tobías López (Segura) y Harken (Silva), y buscarán al joven por cada rincón de la Ciudad de Buenos Aires para conseguirla. El protagonista sirve de guia para que un crisol de personajes bien heterogéneos aporten su cuota humorística. Los chistes, generalmente fáciles y predecibles, son el débil caballito de batalla de una comedia de acción a la que no parece importarle demasiado su trama, sino la efectividad a la hora de causar una carcajada en el espectador. La mayoría de los gags giran en torno a la religión -Leo se hace pasar por judío ortodoxo casi toda la película- y funcionan hasta que se agota la originalidad. Cuando el protagonista, en un par de escenas, reflexiona sobre su pasado, Cueva le pifia al tono que venía construyendo hasta ese momento. Lanzani, quien, en líneas generales, es uno de los más destacados, parece sobreactuado y el personaje secundario que le sirve de oreja -Rago o Arancha Martí- no ayudan demasiado. Cueva cumple con la expectativa que genera Depardieu en un filme argentino. El actor de Cyrano de Bergerac, que tiene tantas películas en su filmografía como cabellos, aparece en varias escenas, tiene incidencia directa en la trama y dialoga lo suficiente como para no decepcionar a nadie. El director también le hace honor a su especialidad: los efectos visuales. Las escenas de acción con mayor despliegue son creíbles y la cámara está bien puesta. Sólo se vive una vez flaquea en la combinación entre la gracia y los “momentos de reflexión” anteriormente mencionados. Las escenas cómicas que realmente funcionan son contadas con los dedos de la mano y se vencen antes del desenlace. El tono que logran, en cierto momento, el director y sus guionistas (Sergio Esquenazi, Nicolás Allegro, Chris Nahon, Mili Roque Pitt y Axel Kuschevatzky), se desvanece cuando la historia pide un cambio de rumbo. El espectador no verá un clásico de acción de los ochenta, ni mucho menos, pero sí un relato entretenido que seguramente haya visto antes.
Muy pocas veces uno se topa con una película que fusiona el blanco y negro con el color. Tampoco uno se espera que un film sobre las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y dos personajes que penan por un muerto resulte algo cautivante, romántico y para nada tedioso. François Ozon llega a la cima de su extensa carrera con Frantz, en donde demuestra que puede experimentar con todas las herramientas que le brinda el cine y exprimir temáticas complejas de forma nítida y sencilla.