Retrato de un anarquista
Sobre el ambivalente líder de WikiLeaks, pendulando entre el thriller y el psicodrama.
Mal que le pese a algunos, o muchos, el efecto que Julian Assange tuvo sobre el periodismo fue inmenso. No sólo por difundir información clasificada que hizo y hace más que cosquillas en la administración Obama, sino porque actualizó los planteos morales sobre la privacidad y la seguridad.
Un personaje con tantas características ambivalentes es una fuente inagotable de ideas desde lo cinematográfico.
El quinto poder también pendula entre el elogio y la defenestración, pero también, lo extraño, entre el thriller global y el psicodrama banal.
Assange -pasar por Wikipedia para más datos- fue el hombre que casi solito desenmascaró las miserias de la guerra de Afganistán, los enjuagues bancarios en Europa y masacres en Africa. El director Bill Condon hace el retrato de un ciberanarquista.
Ni tan héroe ni tan villano, Asange despierta entusiasmo y desencanto. Admiración, por su coraje e idealismo, pero también rechazo por sus puntos de vista morales, su egocentrismo. Ese personaje fluctuante es el que se apodera del relato, incluyendo hasta una falsa entrevista a Assange para que opine sobre la película.
El encandilamiento nunca termina siendo positivo, porque oculta más que lo que ilumina. Condon muestra el culto a su personalidad desde que Daniel Domscheit-Berg (Daniel Brühl), un hacker alemán, lo conoce. La película se basa en el libro que Daniel escribió, por lo que es lógico que los sentimientos del amigo/traidor -según cómo se lo vea-, tiñan lo que se cuenta.
La trama arranca en 2010, y va hacia atrás, cuando Julian y Daniel se conocen. El carisma del protagonista central es tan importante como la relación de amor/odio que se construye entre ambos. Y cuando el filme se centra en ellos y/o en difundir videos (el asesinato de periodistas de Reuters en Bagdad) o audios altamente comprometedores es una. Pero cuando se decide por subtramas -la interna en el Gobierno de EE.UU., por más que estén Stanley Tucci y Laura Linney- es otra.
Y, como toda película que se cree que debe dejar mensaje, posición y moraleja, Condon y su guionista dejan frases más o menos celebérrimas como “Lo único que debemos temer es el miedo mismo”, “El coraje es contagioso”, “La gente es fiel hasta que no le conviene” o “El verdadero compromiso exige sacrificios”, todas en boca de Assange, el adalid de la libertad de expresión.
Así, Benedict Cumberbatch y Daniel Brühl, Julian y Daniel, tienen un peso específico supremo. Más allá de que se parezcan o no a sus personajes, cuenta que lo que hacen los vuelvan creíbles, no queribles.
En fin, es gente con valores que se atreve a hacer la historia, y no leerla. Se merecen una película.