Justicia por mano propia
Enrique Piñeyro apunta a un caso de gatillo fácil.
El Rati Horror Show tiene el estilo contundente de Fuerza Aérea S.A.
y, a la vez, demuestra que Enrique Piñeyro no sólo logra esa contundencia en temas vinculados con la aviación. Despreocupado por el academicismo y la cinefilia, el realizador –que parece disfrutar a fondo su condición de francotirador cinematográfico- dispara con armas eficaces, inteligentes, directo al blanco: antes, a la inseguridad aérea en la Argentina; ahora, a la inseguridad en tierra, a manos de la policía de gatillo fácil y los jueces que la permiten o encubren.
Piñeyro no es un intelectual: es un hombre inteligente. Un narrador –un expositor- claro, conciso, didáctico. Con su estilo lógico, deductivo, positivista, arma filmes extremadamente precisos: con mecanismo de relojería y ejecución de cirujano (cirujano que utiliza novedosa tecnología de punta). Además, el realizador de Whisky Romeo Zulú y Bye Bye Life siempre deja lugar para la sorpresa: sobre todo, en sus métodos de exponer la realidad, de interpelarla, de escenificarla, de destrozar argumentos ajenos y de adoptar un punto de vista casi siempre (o siempre) irrefutable.
Es sabido: también le gusta, aunque irrite a muchos, o tal vez por eso mismo, “interpretar” sus películas. Lo hace con fidelidad a su estilo real: con aplomo, valentía, perspicacia, ironía y una arrogancia que parece displicente. Es, en todo sentido, un provocador. Nadie, sin embargo, podría sostener que sus películas serían iguales o mejores sin su presencia. Muchos lo comparan, en algunos casos con desprecio, con Michael Moore y su estilo “intervencionista”. A Piñeyro no le importa. En El Rati...
sigue estando omnipresente y, además, muestra el backstage de la construcción del filme. Más: gran parte de la película se trata de eso.
Este documental nos conduce, a través de imágenes de archivo y la lenta destrucción de la hipótesis oficial, por la historia de Fernando Cabrera, un hombre que cumple una condena de 30 años de prisión por delitos que –según muestra el filme- no cometió. Al contrario: es víctima (inocente) de la violencia policial, de cierto desdén o impericia mediática, de los exabruptos desquiciados de muchos que piden justicia por mano propia y de la complicidad judicial en algunos casos de corrupción policial.
Piñeyro desmenuza el caso, conocido como “La masacre de Pompeya”, ocurrido a comienzos de 2005, que terminó con tres muertos. En tiempos en que la inseguridad provocada por la delincuencia está en boca de casi todos, él encara la realidad desde otro prisma: el de la inseguridad provocada por aquellos que supuestamente deberían asegurarla. Lo hace con un lúcido cross al mentón, su media sonrisa irónica y un cine que mantiene al espectador en la punta de la butaca y puede (debe) ser utilizado como herramienta de cambio social, aunque suena a mucho. Un Piñeyro auténtico.