Se veía venir. Donde Piñeyro pone el ojo, pone la bala. Esta vez, incluso literalmente.
No hay lugar para la duda. Se trata de la película que para bien o para mal, le agregará polémica a un BAFICI que necesitaba de algún director que de un poco de color al Festival. Y nuevamente, el director de Whisky Romeo Zulu, lo hizo posible.
La polémica comenzó el día que el film se estrenó en el BAFICI 2010. Desde poner sobre la calle Agüero frente al Coto, un “stand” con el coche “protagonista” de una masacre, incomodando a cada patrulla que pasa cada 10 minutos a observarlo, pasando por una polémica estética documentalista, donde el actor y director, en cierta forma, es investigador y abogado, en vez de cumplir solamente un rol contemplativo, de observador o narrador. Junto a un editor, Piñeyro denuncia la corrupción del sistema legal argentino, y comenzando por la Comisaría 34 de Boedo, hasta cada uno de los fiscales, abogados y jueces que condenaron a Fernando Carrera, una “victima” del gatillo fácil, que termino siendo chivo expiatorio de la “Masacre de Pompeya”, donde murieron 2 mujeres y un chico cuando fueron atropellados por Carrera tras una confusa persecución y tiroteo con la policía encubierta.
Aterradora como en Fuerza Aérea, Piñeyro trata de armar un caso policial, un rompecabezas hitchcoiano, donde se condeno a un inocente por las malas políticas de nuestro país. Como si fuera un episodio real de una serie policial, Piñeyro demuestra la inocencia de Carrera entrecruzando material de archivo de noticieros y programas periodísticos con declaraciones juradas de su Juicio en el 2005.
Piñeyro no se mantiene neutro. Arremete contra la policía federal y todos los involucrados en el crimen. Solamente entrevista en dos oportunidades a Carrera y un perito policial, pero lo importante, son las conclusiones que, desde su productora, el director saca junto a su editor sobre como sucedió el crimen.
Cinematográficamente, Piñeyro asume un rol polémico al estar un 90% del metraje delante de cámara, por lo cual se va a ganar seguramente varios enemigos cinéfilos. Por mi parte, pienso que el fin justifica los medios, y la información y el método de Piñeyro de ser él quien saca las conclusiones y pone el dedo acusador (no lo esconde, pero lo demuestra), ayudan a generar empatia con el espectador. Sus comentarios irónicos, tristes, también ayudan a que el relato no caiga en una manipulación sentimentalista de los hechos, y alivianar un poco la información, aun cuando estos momentos de humor, sean quizás, los mas difíciles de creer y digerir. El armado completo del caso, lo deja abierto para que el espectador racionalice y arme el rompecabezas, con las piezas que va dispersando sobre su escritorio. Solamente un prologo con la presencia de Cecilia Rosetto queda un poco descolgado y forzado.
Ayudado por reconstrucciones animadas de los hechos, un par de experimentos al aire libre y muñecos que representan a los imputados (los jueces) junto a una soberbia fotografía y puesta de cámara, El Rati Horror Show, es al igual que las películas de Michael Moore, una propuesta que va a generar controversias, entre seguidores y detractores del director, pero que, aun así, termina siendo una excelente muestra de cine político contemporaneo, de visión imprescindible.