Una historia de violencia
Luego de ver Whisky Romeo Zulú y Fuerza Aérea S.A., uno puede decir sin temor a equivocarse que Enrique Pineyro tiene un ego estratosférico. Al tipo le encanta aparecer en pantalla (incluso cuando en muchas ocasiones no es tan necesario) y cree que siempre tiene la razón. Lo bueno es que muchas veces la tiene y que su presencia posee un gran condimento cinematográfico.
Muchos lo llaman “el Michael Moore argentino”, pero esa aseveración es un tanto reduccionista. Moore tiene la misma carga ególatra, pero no el mismo rigor que Pineyro. Además, suele abarcar en sus documentales cuestiones amplias, generales, mientras que Pineyro parte de cuestiones específicas, particulares, que sirven como modelo o diagnóstico de lo general.
Con El rati horror show, el ex piloto y realizador logra su mejor película, ya que lleva sus virtudes al máximo y reconvierte su soberbia en pos de potenciar la narración. Toma un hecho aparentemente pequeño, como fue el de la “masacre de Pompeya” –donde la policía baleó de forma totalmente equivocada e irregular a un hombre sin antecedentes, para luego inventarle una causa que lo terminó condenando a treinta años de cárcel- y, a través de una investigación detallada y exhaustiva, la termina proyectando como un signo de los tiempos actuales.
Si en sus peores momentos Fuerza Aérea S.A. adquiría un carácter estético que lo hacía parecer un especial de Telenoche Investiga, con Pineyro en el lugar de periodista indignado, aquí utiliza los mismos procedimientos narrativos para exhibir los mecanismos detrás de su documental, la forma en que se fue construyendo la investigación, los datos nuevos que iban surgiendo y las herramientas tecnológicas utilizadas. Su ego aquí se hace funcional, potencia al relato, interpela al espectador, incluso sirve como marco lingüístico pleno de ironía y sarcasmo, convirtiéndose casi en un descanso cómico que alivia el espesor de lo contado.
Pero además, Pineyro no se guarda nada. Dispara para todos lados, y siempre da en el blanco. Contemplamos como las declaraciones de los testigos son totalmente contradictorias; los jueces y fiscales mienten; le ponen un defensor al supuesto delincuente que lo único que hace es perjudicarlo; no se investigan apropiadamente las circunstancias del tiroteo; se plantan pruebas; se dejan de lado testimonios que podrían aclarar mucho más el asunto; los medios compran rápidamente la versión policial y con ellos la opinión pública; etcétera, etcétera, etcétera. Es patético observar como la causa armada se derrumba en su falsedad y falacia con una facilidad pasmosa. Y es terrible el contemplar cómo el poder político, en todos sus estratos, se protege corporativamente y condena al más débil a la peor de las suertes.
El discurso de El rati horror show es claramente afirmativo y confrontativo. Su lenguaje es incluso violento: busca indagar en la agresión hacia los cuerpos, en la opresión del tiempo en una persona. Su violencia es, por paradójico que pueda sonar, muy productiva, porque nace de lo cinematográfico. El arte documental que representa combate desde el cine.
No obstante, es con otros discursos que entabla una oposición que es reveladora, porque evidencia cómo esos discursos esconden o evitan determinados factores de poder que siguen avalando las estructuras represivas. Por eso, obliga a preguntas que son tan obvias como incómodas: ¿cómo puede ser que se siga diciendo que los delincuentes entran por una puerta y salen por la otra? ¿Con qué derecho un Jefe de Gobierno se desgarra las vestiduras hablando de la inseguridad, mientras pone como jefe de su policía a un comisario procesado? ¿Desde qué lugar un Ministro de Seguridad y Derechos Humanos se vanagloria de su política, al mismo tiempo que la Policía Federal hace lo que quiere, sin control alguno, y él blanquea el uso de balas que están cuestionadas por los organismos internacionales? ¿Quién puede seguir hablando de que los medios de comunicación son objetivos y neutrales? ¿Es tan fácil bajar el martillo y condenar a un tipo a treinta años de cárcel, aunque sea culpable? ¿Por qué soportamos esto? ¿Quién nos dijo que esto pasó siempre y por eso hay que tragarse el sapo? ¿Hasta dónde podemos fingir que no pasa nada, que está todo fenómeno, que todos los componentes del sistema son buenos de por sí?
Con astucia, inteligencia, rigor y un particular humor negro, El rati horror show nos sumerge en las peores vertientes de nuestra sociedad. Lo hace hasta tal punto que en un momento lo único que queremos es distanciarnos. Pero al hacerlo, nos damos cuenta que la montaña de estiércol llegó hasta el techo, que Pineyro prendió el ventilador y todos, absolutamente todos, quedamos salpicados.