Hip-hop de arrabal.
El rebelde mundo de Mia es una de esas películas que, más allá del relato particular, transmiten la sensación de estar inscriptas en su tiempo. Andrea Arnold capta, en un barrio obrero al este de Londres, una porción del mundo contemporáneo que utiliza como telón de fondo para contar la historia de Mia, una adolescente rebelde de quince años cuyo único objetivo parece ser no dejarse domesticar. Mia detesta a sus compañeras de colegio, a su madre inmadura y a su pequeña hermana con quien practica el insulto como deporte. Con los nervios a flor de piel y la amenaza latente de un centro de internado escolar, la joven se refugia en un departamento deshabitado, pone el volumen al máximo y ensaya una rutina de baile hip-hop. La danza expresa su rabia y su deseo de huir del lúgubre suburbio. La escritura precisa, ajustada y sensible de Arnold genera diálogos contundentes, aunque también dosifica el humor a través del personaje de la hermanita que, con su entusiasmo y sus expresiones alambicadas, logra que la narración sea más ligera.
El diario de Mia se perturba de la noche a la mañana con la llegada del nuevo amante de su madre. La película abandona el realismo social característico del último cine inglés para internarse en terrenos más escabrosos que bordean la anarquía moral. Arnold transita el peligroso territorio de los fantasmas prohibidos de una adolescente en pleno descubrimiento de su libido, y se atreve a erotizar su mirada hacia el hombre que se acuesta con su madre. La directora hace foco en esta relación ambigua, que desplaza el interés de la pintura social que se dibuja en torno a Mia. El hombre en cuestión propone un día de campo al trío femenino, se muestra asombrosamente paciente y establece una complicidad con la joven. En lugar de quedarse a mitad de camino, la película toma un rumbo inesperado, empujando al personaje de Mia hasta extremos que yacían bajo la provocación verbal y el mal humor.
La puesta en escena muestra una suerte de realismo bruto que no cede nunca a la dramatización excesiva. Sin embargo, el cuidado formal no va en detrimento del peso emocional del retrato. La directora entrega magníficos primeros planos de sus actores, sobre todo en una escena cargada de tensión en la que Mia baila delante del amante de su madre. La directora crea ambientes íntimos, con un notable manejo del espacio, dentro de un departamento familiar que impresiona por su promiscuidad. La poesía sobria de las escenas de exteriores se manifiesta en las fábricas, en los coches rotos y en los paisajes tristes donde evoluciona la protagonista. Andrea Arnold construye personajes cargados de matices y teje sus relaciones con inteligencia, Mia resulta en ocasiones insoportable pero inspira una constante empatía (un logro que corresponde en parte a la actuación intensa y natural de la joven Katie Jarvis). El rebelde mundo de Mia es una película seca, sin concesiones y con un crescendo emocional que en su punto culminante incluye uno de los grandes momentos cinematográficos del año: la espléndida escena de reconciliación entre Mia y su madre, resuelta con un par de sonrisas y unos modestos pasos de hip-hop.