Rebeldía que se diluye
El galardonado segundo opus de la directora británica se “normaliza” después de una primera media hora cruda e intensa.
Parece algo excesiva la recepción que este film británico tuvo desde el momento mismo de su presentación en sociedad, ya que resultó ganador de buena cantidad de galardones internacionales, entre ellos el Premio Especial del Jurado otorgado en Cannes 2009. Opus 2 de la realizadora Andrea Arnold (ganadora del Oscar al Mejor Cortometraje, en 2002), Fish Tank, tal el título original, se pone interesante cuando sintoniza con el espíritu camorrero de su protagonista, una chica de 15 que parece en estado de pelea con el mundo. Pasada la cruda e intensa media hora inicial, la película parece esperar de ella que se convierta en una chica como las demás, convirtiéndose de a poco, la película misma, en una como las demás.
El rebelde mundo de Mia (teniendo en cuenta que Juno se estrenó aquí con el título La joven vida de Juno, puede presumirse que si Los 400 golpes se reestrenara en la Argentina le pondrían La callejera infancia de Antoine) entronca resueltamente con el realismo social, tradición central del cine inglés durante el último medio siglo. Con un padre ausente, una madre platinada de peluquería y una hermana menor con la que se intercambian puteadas las pocas veces que se cruzan, Mia es una chica de interior (la película transcurre en los arrabales de Essex) que, tras haber sido expulsada del cole, no tiene mucho para hacer. Como la otra gran tradición inglesa que la película hereda es la del punk (dicho en sentido existencial, no musical), al no tener mucho para hacer, lo que Mia hace es pelearse con la mamá, la hermana, las amigas y quien se le cruce. La mamá mucho no ayuda: “¿Sabés que yo no quería tenerte? Intenté abortar”, le comenta así como al paso, mientras está de fiesta en casa con amigas y amigos.
Fuera de casa, Mia no se esfuerza mucho en hacer amigos. A una que baila en la calle la provoca y le pega un cabezazo en la frente. Después ve una yegua atada e intenta soltarle el yugo a adoquinazos. Vienen los dueños, la corren y parecen a punto de violarla. Mia logra zafar... y al día siguiente vuelve, con un martillo. Todo eso sucede en esa primera media hora, en la que la película cobra su mayor interés. Como la de unos Dardenne menos nerviosos, la cámara de Arnold no se despega de la chica, la sigue de aquí para allá, se contagia de su energía. Su obstinación a toda costa recuerda, por otra parte, a los chicos de las películas de Kiarostami, que cuando se les mete algo en la cabeza, no paran.
Pero entonces sucede que mamá aparece un día con novio nuevo (Michael Fassbender, el crítico de cine de Bastardos sin gloria), y el tipo resulta ser muy atractivo. Lo que viene de allí en más es un film de iniciación y un drama de rivalidad madre-hija infinitamente más estándar. Como a su vez la realizadora no parece empeñada en sostener sus premisas con demasiado rigor (la crudeza visual da paso a exquisitismos fotográficos, el pragmatismo conductista deriva en alegorías con peces, caballos y globos), El rebelde mundo de Mia va perdiendo rebeldía a cada paso. Lo mejor terminan siendo las actuaciones. En la mejor tradición del realismo social inglés, son todas excelentes. Empezando, claro, por la protagonista, Katie Jarvis, que si algún día la BBC produjera una versión británica de la saga Millennium, sería una perfecta Lisbeth Salander.