Rebelde con causa
Con un registro cercano al género documental El rebelde mundo de Mía (Fish Tank, 2009) retrata la vida de una adolescente en los suburbios de Inglaterra, con una familia disfuncional y en un ámbito que la desafía a cada paso a perder sus últimos rasgos de inocencia. La directora Andrea Arnold explotó eficazmente las dotes de la joven actriz. Esto, sumado a la mirada subjetiva de Mía que adopta el film, produce la dosis justa de densidad dramática sin caer en un drama angustiante sobre la marginalidad.
El mundo que rodea a Mía (Katie Jarvis) es inarmónico y se refleja en ella a través de sus modos agresivos hacia los demás. El espacio que transita son los pasillos sucios y angostos de un monoblock y los ambientes precarios apenas subdivididos de su casa. Una casa pequeña, desordenada y, de no ser porque se trata de cine, se podría decir hasta maloliente. Su madre alcohólica con toda su carga violenta y su pequeña hermana grosera y enviciada como la madre son sus personas cotidianas. A ellas se sumará Connor (Michael Fassbinder), el novio de turno de la mamá de Mía y al parecer el único que despierta su atención con sus intenciones entre dulces y paternales.
El título original de la película posee su simbolismo en esta historia: fish tank es una pecera y el film habla también del espacio y por metonimia de ocupar un lugar. Pero parece haber también dos imágenes que el film busca cargar simbólicamente en la identidad de esta muchacha. Una de ellas es un caballo blanco, propiedad de unos chicos que viven en un descampado, y al cual mantienen atado con cadenas. Mía irá en repetidas oportunidades a intentar liberarlo.
Por otro lado, ella quiere ser una bgirl, o bailarina de Hip Hop, una danza originaria de los barrios marginales de Nueva York. Este baile tiene algo de masculino, a la vez que, en la mujer, los movimientos deben tener una carga de sexualidad. En fin, una baile que representa fuertemente la personalidad de Mía. Será Connor quien le ofrecerá su ayuda para entrar a una audición de baile y al parecer el único que desde su carisma y seducción puede penetrar en el mundo de esta quinceañera. Pero eso no es todo lo que Connor parece querer de Mía, y se relacionará con ella por momentos como un padre y en otros como hombre. En ese juego límite de tensión y ambigüedad queda atrapado el film y por supuesto Mía.
A veces la realidad mostrada de manera tan cruda moviliza por sí sola y esto es algo que el film aprovecha significativamente. Pero el principal mérito es haber logrado y captado el trabajo impecable desarrollado por Katie Jarvis. Todo acontecer aparece reflejado en su cuerpo y en su rostro y así se logra esa sensación del presente que por momentos agobia y que pide un respiro. Y en cada detalle el film rebela lo que, al final de cuentas, ella verdaderamente es: una adolescente más, con sus deseos de descubrir, de buscar a alguien o algo que la identifique, y ennoblecida con una inesperada dulzura.