Estilizada lectura del mito de Edipo
Un joven, de camino a su ciudad natal, ignora o desconoce cada una de las señales que el destino le pone en el camino para advertirle que no debe continuar. Aún así, regresa a la tierra que lo vio nacer, no tanto por melancolía sino para asesorar en nombre de un holding a una fábrica con serios problemas económicos. Este es el comienzo de una relación amorosa con la madura y recién viuda dueña de la fábrica, mientras el mundo fabril y sus alrededores se deterioran. Lo que este treintañero no sabe –y termina descubriendo, diegésis mediante- es que esta mujer viuda y madura lo parió mientras estaba secuestrada en un campo de concentración.
Inés de Olveira Cézar no intenta adaptar el mito del Edipo Rey de Sófocles, tampoco hace una versión libre ni lo actualiza para mostrar la vigencia de lo trágico; tampoco creo que utilice la tragedia como trasfondo para hablar de las consecuencias de algunos hechos cometidos durante la última dictadura, como la apropiación de niños. Parece más bien haber captado el núcleo o la esencia del mito para traducirlo –y traicionarlo- en otra cosa. Los elementos de la tragedia están más o menos camuflados y es tan buena la reescritura que se hace, que son armoniosos y dan continuidad a la trama. Esto, además de ser uno de los rasgos más interesantes de la película, es lo que convierte a esta cineasta en una verdadera trágica.
Aún con diálogos secos y escasos y con personajes que se muestran apáticos, El recuento de los daños tiene mucha fuerza narrativa. Y, a sabiendas de que el cine no se narra con palabras, esta fuerza se apoya en la belleza desoladora de una estilizada puesta en escena.