Puro cuento Ante la pregunta de si es por falta de tecnología o de talento, la respuesta se complica. Un guión -incapaz de generar empatía o un atisbo de sonrisa- de Jorge Maestro (El sodero de mi vida) sumado a una animación –créase o no- poco animada, convierten está fábula ecologista en un verdadero bodrio. Y es probable que no se cuente con la tecnología de Pixar o Dreamworks, pero eso no justifica la seguidilla de imágenes lavadas y estáticas que conforman Cuentos de la selva. Este es el caso de una película que carece de virtudes. La Tobal -con una vocecita aguda y unos diálogos aggiornados - en su papel de coatí concheta hace lo que puede, y eso es muy poco. Ni ella ni Abel Pintos, ni ninguno de los actores que dan voz a estos personajes logran darle expresividad a esos bichos impávidos, a excepción del lorito paraguayo que probablemente sea lo más destacable. La banda de sonido sufre las mismas vicisitudes que el guión, carece de eso que llamamos onda, por no decir que parece un revival de lo peor de Lerner en los ochenta. Basada en los Cuentos de la Selva de Horacio Quiroga, toma y transforma a ciertos personajes – tortuga salvadora, flamencos con medias de víboras, etc.- que se dan cita en la selva misionera para enfrentarse a los humanos y salvar su hábitat. Se sabe que varias organizaciones ecologistas apoyaron esta película por su mensaje conservacionista y que los productores se comprometieron con esa causa al punto de donar lo recaudado en la avant premiere a la Fundación Vida Silvestre. Para hacerle justicia, alguien debería inventar un Save The Quiroga para que no sigan pasando estas cosas.
Estilizada lectura del mito de Edipo Un joven, de camino a su ciudad natal, ignora o desconoce cada una de las señales que el destino le pone en el camino para advertirle que no debe continuar. Aún así, regresa a la tierra que lo vio nacer, no tanto por melancolía sino para asesorar en nombre de un holding a una fábrica con serios problemas económicos. Este es el comienzo de una relación amorosa con la madura y recién viuda dueña de la fábrica, mientras el mundo fabril y sus alrededores se deterioran. Lo que este treintañero no sabe –y termina descubriendo, diegésis mediante- es que esta mujer viuda y madura lo parió mientras estaba secuestrada en un campo de concentración. Inés de Olveira Cézar no intenta adaptar el mito del Edipo Rey de Sófocles, tampoco hace una versión libre ni lo actualiza para mostrar la vigencia de lo trágico; tampoco creo que utilice la tragedia como trasfondo para hablar de las consecuencias de algunos hechos cometidos durante la última dictadura, como la apropiación de niños. Parece más bien haber captado el núcleo o la esencia del mito para traducirlo –y traicionarlo- en otra cosa. Los elementos de la tragedia están más o menos camuflados y es tan buena la reescritura que se hace, que son armoniosos y dan continuidad a la trama. Esto, además de ser uno de los rasgos más interesantes de la película, es lo que convierte a esta cineasta en una verdadera trágica. Aún con diálogos secos y escasos y con personajes que se muestran apáticos, El recuento de los daños tiene mucha fuerza narrativa. Y, a sabiendas de que el cine no se narra con palabras, esta fuerza se apoya en la belleza desoladora de una estilizada puesta en escena.
Amores cortos El amor y la ciudad de Nueva York son algo así como figura y fondo de New York, I love you, como antes lo fueran París y el amor en la musa inspiradora Paris, Je t´aime. Tan inspirados quedaron que se habla de repetir la fórmula en otras grandes urbes como Rio de Janeiro –favela, eu te amo- o ya en Paraguay –Asunción, Rojaijú-. Lo cierto es que el formato de estas películas da buenos resultados. La idea fue buscar a once directores buenos y/o de renombre para que realicen un corto –que varía entre los 3 y 10 minutos, según la ciudad que se ame- teniendo como único requisito tratar cuestiones amorosas siempre que se filtre la esencia de la ciudad. Apenas un poco más pochoclera, mantiene una extraña cohesión que la diferencia de su predecesora. Lograda en parte por una unidad estética de directores con estilos muy diferentes entre sí, las historias son entrelazadas por una videoartista que encuentra y retrata con su cámara a los distintos personajes. La afinidad entre los cortos no salva a New York, I love you de los altibajos y la película oscila entre episodios más o menos interesantes, cuando no vacuos, como es el caso de la historia de un padre latino que parece la niñera de su hija, logrando demostrar que, como directora, Natalie Portman es muy linda, la yegua. Después del bodoque Portman, la pregunta que resta hacerse es qué pudo haber filmado Scarlett Johansson para que le descartaran su corto en esta película.
Mucho brillo y pocas nueces Como muchas, estas cuatro mujeres se caracterizan por estar sumidas en sus roles y al mismo tiempo rebelarse contra esos roles tradicionales tanto en la sexualidad como en las relaciones de pareja -incluye al matrimonio- y la maternidad, siempre con ese toque femenino que significa estar pendiente de cómo combinar los zapatos con las carteras de Luis Vuitton. Con el discurso guevarista a cuestas, no tanto el del Che sino el de Nacha, la rebeldía y el glamour pasan unos días en la exótica, lujosa y reprimida Abu Dabi. Lejos del sexo y la ciudad, les toca vivenciar las costumbres conservadoras de la capital de los Emiratos Árabes Unidos. Si bien es un poco más tolerable que su predecesora, Sex and the City 2 insiste en caer en las mismas falencias. Por más válidos que sean los conflictos de cada una, la liviandad con que se tratan los desvirtúa y menosprecia al punto de convertirlos en un esperpento. Concentrado en demostrar que los ricos también lloran, la menopausia de Samantha se convierte en la prohibición de ingresar al país con un cocktail de hormonas o, lo que es peor, en llevar el mismo vestido que una adolescente. Miranda no es tenida en cuenta en su trabajo, hecho que se resuelve –elipsis mediante- cuando se la ve radiante en otro empleo. Charlotte desconfía de la fidelidad de su marido frente a una niñera sin corpiño, pero –gracias a dios- la nana resulta ser lesbiana. Lo que era glamour en la primera entrega, ahora es abierta chabacanería y andar por el desierto vestida como para ir al corso acorta las distancias entre Carrie y Wanda Nara. A pesar de la cantidad de escenas innecesarias, resulta ser una magnífica fusión de forma y contenido -mundo banal retratado de manera no menos superficial- donde la intriga pasa por saber si son capaces de armar sus valijas en menos de una hora o si Charlotte es capaz de andar en camello y hablar por celular al mismo tiempo. Sin el sarcasmo y la inteligencia de la serie, estas cuatro glamorosas y veteranas caricaturas de sí mismas convierten a esta película en un festín para el bobero.
Neruda: me gusta cuando callas Quién diría que el dueño de un diario puede decidir qué es noticia y qué no para influir –léase forjar- la opinión pública según su antojo y conveniencia y pueda afirmar sin escrúpulos que los presidentes pasan y nosotros (el periodismo) quedamos. Quién iba a decir que el dueño de un medio de comunicación esconde un secreto con respecto a la paternidad de uno de sus hijos. Y quién diría que me estoy refiriendo a Natalio Botana, dueño del diario Crítica en los años 30. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, por lo menos en lo que respecta al personaje. En cambio, la recreación de la realidad de los años 30 por parte del equipo de Olivera denota un esfuerzo y una dedicación meritoria. Notable reconstrucción de época que incluye innecesarios planos generales llenos de extras acartonados, locaciones reales y un sinfín de trajes y automóviles que hacían furor en aquellos años locos. Puesta en función de demostrar que, con un poco de dinero, puede haber verismo histórico en el cine argentino, El mural cae en puro esteticismo visual –tan ajeno a los ideales que intenta reflejar en David Sequeiros- y hace agua todo el resto de la película. Sin profundizar demasiado en las características de los personajes y sus motivaciones, el trazo grueso a la hora de caracterizar a los personajes –la charla progre de Salvadora con la nana lesbiana o la obviedad amorosa entre Neruda y Blanca Luz Brum- no colabora ni un poco con este grupo de actores forzados a hablar todo el tiempo de sí mismos. Los diálogos redundantes y declamatorios tampoco logran crear o transmitir la pasión desmedida que, se supone, conllevan. Se agradece, eso sí, que Neruda sea nomás que un bolo.
Pollitos en fuga Tal vez lo más significativo del niño Ricky no sean las alas que le crecen en los omóplatos sino la forma en que Ozon decide retratarlo. No parece tanto una mezcla intencionada de distintos géneros, sino más bien una apuesta a un tratamiento realista de una situación que no se condice con un verosímil real -como la de un retoño medio pollo-. Situaciones comunes y bastante estereotipadas como la de perder a un hijo en el parque o en el supermercado, son desnaturalizadas por lo fantástico pero, no por eso, son expuestas de manera menos dramáticas en esta película. La sensación de desconcierto que genera esta estética realista es abonada también por un anclaje en la problemática socioeconómica de la familia en cuestión. Fuera de las alas de pollo, Ricky es un drama basado en la relación de una hija con su madre soltera, vinculo alterado primero por la aparición de Paco –noviete latino de la madre- y luego por la llegada del hermanito chicken little. El atractivo de esta película es, a las claras, este realismo con que encara un hecho fantástico. Por lo demás, Ricky es un producto más o menos poético, más o menos bien hecho, más o menos bien actuado, más o menos interesante.
¿Y dónde están las perdices? Llegar a la casa de tu novio y encontrar crema para peinar o hebillas que la otra se olvidó, pueden ser momentos decisivos en una pareja que empieza a dar sus primeros pasos. Ni qué decir si se trata de explicarle al actual un llamado inapropiado de un ex o, peor aún, que si descubre un llamado oculto. La problemática de los ex parece estar de moda en la actualidad. Pero, si de por sí es difícil convivir con esos fantasmas, sepan que ampliados en pantalla grande, a veces y solo a veces, el asunto se vuelve bastante más que llevadero. La película arranca ahí donde mueren todas: en el beso final que acompaña al “vivieron por siempre felices” para preguntarse qué tan cierto es todo eso del amor eterno. Ex novios celosos, peligro de ex, divorcios y desencuentros hacen de esta tragicomedia romántica un rejunte coral de situaciones con el fin de una relación como único hilo conductor. Brizzi hace de lo gracioso algo grotesco y este rejunte que en general es parejo y simpático, se va del eje cuando intenta –sin éxito- hacer escenas en tono dramático. Mucho cliché, lugares comunes, demasiado estereotipo para suponer que Ex puede pasar con laureles a la posteridad. Además de ser previsible, tal vez sea por su misma fluidez que cae en la superficialidad a la hora de tratar el tema. Pero logra sus dos únicos objetivos que son entretener sanamente y generar millones.
Bueno pero no suficiente Me acuerdo que una vez tuve un novio perfecto. Este buen hombre se dedicaba y le gustaban las mismas cosas que me gustaban a mí. Era apuesto, decente, trabajador, bastante gracioso y divertido. Y, por si fuera poco, me aceptaba tal cual soy. Lo cierto es que Séraphine es como uno de esos novios agraciados que lo tienen todo. Yolande Moreau y Ulrich Tukur –ignotos por estos lares- se lucen con dos sobrias actuaciones que tienen el buen tino de no caer en excesos ni en lugares comunes propios de sus personajes. La iluminación, la fotografía, el vestuario y las locaciones funcionan de maravillas a la hora de recrear los contrastes entre la realidad y la vida interior de la protagonista. El mismo Provost cuenta no haber usado colores cálidos en la puesta, precisamente para contrastar la realidad exterior con la paleta de la artista plástica que vendría a ser expresión del agitado mundo interior de la protagonista. Una dirección correcta desde donde se la mire para contar la interesante historia de Séraphine de Senlis, una mujer huraña y anómala, gran amante de la naturaleza -convengamos que no podía ser amante de ninguna otra cosa viviente- que troca plumero por pincel. La pregunta es si ser correcto es necesariamente una virtud. La corrección y la frialdad a tlejan a Seraphine de cualquier concesión dramática gratuita tanto como de cualquier tipo de sensibilidad. Las actuaciones serán muy brillantes pero nada pueden hacer ante unos personajes que no generan ninguna clase de empatía. Más que una buena pintura, parece un primer boceto que se queda a medio camino a la hora de transmitir una idea. Algunos de los tantos temas que plantea (la inspiración divina, la marginalidad del artista, el concepto de Arte, la locura como lugar de la creatividad, etc.), aunque anacrónicos, podrían ser interesantes si hubiera podido profundizar, por lo menos, en alguno. La película termina convirtiéndose en una serie de temas importantes más o menos pespunteados. De mi novio perfecto, al tiempo, me aburrí, y lo cambié por uno que terminó apuntándome con un revolver. Séraphine es algo así como mi ex novio: correcto a la distancia y sin eso que le dicen “pasión”.
El gabinete del director Scorsese Si este ítaloamericano fuera argento, la realidad distorsionada no hubiera sido producto de una mente alocada sino de los medios de comunicación, el gobierno o el INDEC. Desconocedor del puterío, Scorsese prefiere contar la historia del cada vez menos lúcido Teddy Daniels, alguacil encargado de encontrar una peligrosa mujer que se evaporó estando recluida en un psiquiátrico situado en una isla. Introducirnos de la mano de este director en la mente trastornada del personaje implica vivenciar la sensación de angustia y opresión sugerida por una atmósfera amenazante de paisajes nublados y oscuros, un mar tempestuoso, una tormenta siniestra, interiores asfixiantes y el encierro en una isla. Tanto por cuestiones temáticas como estéticas, esta película retoma muchos de los preceptos del expresionismo alemán. El énfasis en la subjetividad, el uso de la luz como elemento constructivo, la figura del monstruo y la adecuación del espacio escénico al estado mental de Teddy -la luz, el decorado y el vestuario varían según la inestabilidad del personaje -, además de puntos de giro y vueltas de tuerca recuerdan a El gabinete del doctor Caligari. Jugando en la delgada línea que separa la locura de la cordura, la percepción de la realidad y el punto de vista se tornan temas capitales en esta película. Se trata de ver a través de los ojos del loco y la imagen que vemos refleja su subjetividad. Así, haciendo uso de la narración subjetiva, el manicomio y toda la isla enuncian lo oscuro y laberíntico de la mente del protagonista. ¿Se puede vivir con las consecuencias de haber matado? Para contestar esa pregunta, La isla… indaga en las heridas internas del personaje, en la violencia de los campos de concentración nazis y los criminales procedimientos psiquiátricos y la ética de cada uno de los involucrados. Vivir como un monstruo -existir sin culpas y convertirse en el sonámbulo asesino del Dr. Caligari- o morir como un hombre bueno parece ser el dilema. La isla… además de ser una buena historia y muy bien narrada, cuenta con lo mejor de la poética de Scorsese y una soberbia actuación de Leonardo DiCaprio.
La noche americana En escena hay una fila de fichas de dominó en un orden y una distancia precisa, dispuesta por la mano de un director – Miguel Gomes – y su equipo técnico. Y es que, aparte de Dios, ¿hay alguien más omnipotente que un director de cine? Con esa obra de la ingeniería humana hubiera empezado Aquel querido mes de agosto si el malo de la película –llamémoslo el productor – no la hubiera desbaratado en un acto de mera torpeza. Distorsiones del audio, conflicto con el sonidista, los conocidos intereses encontrados con el productor y la hazaña de encontrar actores son algunos de los temas puestos en función de refutar este viejo mito del director con control total sobre su obra. Pero esta película es mucho más que un backstage o una demostración de lo complicado que puede ser el proceso de trabajo colectivo cuando se trata de hacer cine. Si hasta acá Aquel…recordaba a La noche americana, de François Truffaut, se desentiende de su predecesora al plantear un confuso juego con los límites de dos géneros con más similitudes que las que pueden admitir. Lo que comienza siendo un documental hecho de fragmentos de música de bandas en vivo, lugares y anécdotas de gente común, se va convirtiendo en un drama sobre un romance entre dos primos incestuosos y un padre medio adípico. Con el cambio de documental a drama, lo que antes era persona ahora es personaje, lo que era un problema se convierte en un conflicto dramático y va de paisaje a decorado. Los limites se confunden hasta el punto de no saber si el documental no es parte de una emboscada al espectador y es, en realidad, tan ficticio como el resto de la película. Aquel…, ganadora de la última edición del Bafici, es una de esas raras películas que se hacen gigantes a medida que avanza el tiempo. Lo poco convencional e inconexo que puede parecer la primera parte – el documental – ancla sentido en el drama posterior. Y si bien esto exige un espectador atento y bien predispuesto, superada la abulia del primer momento, resta disfrutar de una película inteligente y original.