Preservar valores, abrir nuevas vías
Inés de Oliveira Cézar evaluó virtudes y defectos de su filmografía y da un gran salto de calidad con respecto a su antecesor Extranjera sin abandonar el riesgo y una pulsión vital por la belleza.
El sábado contemplamos como Maradona apostó a conservar un esquema de juego que ya había evidenciado demasiadas fallas durante el Mundial de fútbol. Y se encontró con un cuadro como Alemania que, a medida que transcurrían los partidos, había sabido ajustar piezas sin perder coherencia. El resultado fue un cuatro a cero espectacular, donde los alemanes se impusieron con una solvencia llamativa.
Inés de Oliveira Cézar supo hacer un proceso similar al de Alemania. Evaluó virtudes y defectos de su filmografía, hizo la autocrítica necesaria, pero sin dejar de lado los valores que la han caracterizado como cineasta. Paró la pelota, levantó la cabeza, miró el panorama en la cancha. Pero no hizo la fácil, no cedió a los temores, no se tiró para atrás, no empezó a revolear el balón a ver si la embocaba de casualidad. En vez de eso, fue para adelante, sostuvo un diseño ofensivo y riesgoso, con una pulsión por la belleza.
Esa belleza es incómoda y angustiante en El recuento de los daños, reescritura de la historia de Edipo Rey. El filme va construyendo el relato a partir de la descripción y mostración de cuerpos que van chocando de forma casi azarosa, pero que al mismo tiempo no deja de ser predestinada. La directora le inyecta con precisión el tono de tragedia anunciada, de destino inexorable. Lo hace desde el mismo comienzo, con una escena impactante, donde utiliza el estatismo de la cámara para darle un sentido narrativo y estético a la profundidad de campo. Del mismo modo, sólo muestra pedazos de los sujetos, objetos y espacios interiores, a la vez que convierte a las zonas abiertas en factores de opresión. Su filme es político no tanto por las referencias explícitas al Proceso y los desaparecidos, sino por cómo las miradas, silencios y gestos van significando lo quebrado, lo perdido y destruido, o el pasado irrumpiendo en el presente de la peor manera.
La diferencia entre El recuento de los daños y Extranjera, el anterior filme de Oliveira Cézar, es sideral. Aquella adaptación del mito de Antígona se evidenciaba demasiado calculada, como modelada para un público determinado y un recorrido por los festivales internacionales. Era un cine festivalero en el peor sentido, casi como una operación de marketing. Con este nuevo opus sigue habiendo un horizonte de expectativo, un público modelo, pero eso se traduce en algo constructivo y auténtico, gracias a la conciencia del material y la tangibilidad de los personajes.
Esperemos entonces que la realizadora de Cómo pasan las horas siga por este sendero de entrega, compromiso y reflexión. El salto gigante que hay entre Extranjera y El recuento de los daños la muestra como alguien capaz de no recostarse en los facilismos, sino como alguien conciente de su cine.