Marcados por la guerra
Richard Linklater toma la novela de Darryl Ponicsan (con quien escribe el guión) para hacer una road movie sobre el sentido del patriotismo. Entre la crítica social de Fast Food Nation (2006) y las largas conversaciones existenciales de Antes de la medianoche (2013) circula esta película que se recuesta en las notables actuaciones de su trío protagónico.
El introvertido Doc (Steve Carell) se aparece una noche en el bar del irreverente Sal (Bryan Cranston), su ex compañero de Vietnam a quién no veía desde la guerra. Entre anécdotas de antaño van en busca de Muller (Laurence Fishburne), el tercer compañero de combate ahora devenido en reverendo. Los tres realizan un viaje con el fin de enterrar al hijo de Doc, fallecido en la Guerra de Irak.
Sal y Muller funcionan como las voces de la conciencia de Doc, uno es el ángel bueno (Muller) y el otro el malo (Sal). Juntos acompañan a Doc en la dolorosa cruzada que le tocó atravesar. Pero para la película el camino es una excusa para reflexionar sobre el sentido bélico de los Estados Unidos, si se justifica o no dar la vida por la patria, las consecuencias dolorosas de hacerlo y, sobre todo, estar a la altura de las decisiones tomadas en momentos críticos.
El reencuentro es un film de personajes, funciona en cuanto uno tiene la sensación de compartir con amigos momentos agradables y dolorosos de la vida. El fuerte está en las actuaciones de su elenco que compone tres posturas disímiles: uno es el que absorbe las culpas y el dolor (Carell); el otro es el rebelde en constante enfrentamiento con las autoridades (Cranston), y el otro el que se evade y encuentra -en este caso en La Biblia- un lugar donde refugiarse de los hechos (Fishburne). La trama busca la identificación del espectador con alguno de los aspectos de los personajes.
Como toda road movie los personajes realizan un viaje interior que culmina en un aprendizaje, cierran heridas de su pasado y cambian. La metáfora plantea una mea culpa sobre las incursiones bélicas norteamericanas en países remotos, pero no desde los Estados Unidos como Nación sino desde los hombres comunes que la componen. Los presenta como víctimas de las situaciones y justifica su incredulidad, siendo una visión tranquilizadora para el público estadounidense al que se dirige.
El reencuentro no presenta transgresión alguna. Como sus personajes satélite, queda bien con Dios y con el Diablo. Por eso centra el espacio de la incorrección política en el personaje de Cranston, quien despliega de manera incansable toda clase de injurias contra el ejército y su accionar. Sin embargo este personaje no deja de ser el de mayor atracción por su desfachatez y osadía, en un film que supera las 2 horas de duración con infinidad de diálogos. Y Linklater es sin dudas, uno de los directores que mejor se lleva con las largas conversaciones, en las cuales se percibe el devenir de la vida misma.