Un hombre pide a dos amigos a los que hace mucho que no ve que lo acompañen a buscar y enterrar el cuerpo de su hijo. Los tres han sido compañeros en Vietnam; el joven ha perdido la vida en Irak. Con este punto de partida trágico y triste, Linklater logra construir una comedia de costumbres sobre la amistad, el paso del tiempo y, por supuesto, la relación entre la historia pequeña, la de la vida privada, y la grande, la de las guerras y la política. La película es en gran medida placentera a pesar del peso terrible del punto de partida, y además ver a los tres protagonistas es divertido y emocionante. Pero detrás hay un truco y el truco se ve: morigerar la tristeza con los gestos absurdos. Linklater quiere demostrar que no hay vida sin muerte, y que el humor puede aparecer en cualquier momento, algo cierto. Pero para conseguirlo, esta vez se notan demasiado las costuras, los hilos del guión. Aún así, una película de autor, personal y elegante como ya no se consiguen.