TRES TRISTES TIGRES
Hay en el cine de Richard Linklater no una, no dos, sino hasta tres líneas (si no más) que se distancian entre sí pero que convergen ineludiblemente: encontramos sus comedias más amables (Escuela de rock, Los osos de la mala suerte), sus dramas existencialistas (Despertando a la vida, Una mirada a la oscuridad) y sus acercamientos a la adolescencia (Slacker, Rebeldes y confundidos, Everybody Wants Some!!). En el caso de la trilogía Antes de… o Boyhood estamos ante películas que fusionan varias de esas líneas, porque si pueden ser existencialistas también logran ser amables y tienen a la juventud y el paso del tiempo como un elemento clave. Sin embargo hay otro detalle que permite ver cómo ese amplio universo expresivo de Linklater, que resulta para nada homogéneo en una mirada rápida, confluye en un solo canal: hablamos de lo narrativo. Las películas de Linklater fluyen con la sabiduría del noble artesano, entre charlas y divagues varios, sin nunca perder el norte de lo que está contando pero poniendo el foco más en lo anecdótico que en la gran historia de fondo. Una operación estética que se vincula fuertemente con el cine norteamericano de los 60’s y primera parte de los 70’s, y que nos arrastra entonces hasta su última película, El reencuentro.
Si Linklater ha sabido experimentar con la narración, El reencuentro es un nuevo y curioso experimento. Escrita por el director junto a Darryl Ponicsan, es el propio Ponicsan el autor de la novela en la que se basó El último deber, clásico de los 70’s dirigido por Hal Ashby (un director al que Linklater parece deberle mucho) y de la que El reencuentro funciona como secuela. O no: digamos que la estructura es similar, los personajes comparten rasgos, pero ni los nombres ni su historia son las mismas. En aquella película de Hasby dos marines (Jack Nicholson y Otis Young) tenían que trasladar a prisión a un joven marino (Randy Quaid), acusado de robarse el dinero de unas donaciones. Hasby narraba aquello como una suerte de road movie existencialista, donde no parecía haber un mundo exterior y todo se centraba en el vínculo que los tres personajes iban construyendo. Sin embargo, a partir de lo que allí les pasaba se adivinaba la tragedia de un universo en decadencia, donde quebrar las reglas y rebelarse contra el orden institucional era la única salida posible. En El reencuentro, Bryan Cranston sería Nicholson, Lawrence Fishburne sería Young y Steve Carell el personaje de Quaid. Y si sus experiencias parecen algo trastocadas respecto del pasado, se pueden encontrar lazos entre estos y aquellos, aunque fundamentalmente la principal unidad estética la aporta el cine lánguido y despreocupado, aunque vital, de Linklater.
En El reencuentro, el Shepherd de Carell es quien reúne a los otros dos como aquella vez lo fue el Meadows de Quaid. Aquí, el ex militar sufrió la muerte de su hijo en la guerra y tendrá que recibir el cuerpo: por eso convoca a los otros dos para que lo ayuden en el traslado. Lo que surge a partir de ahí será una nueva road movie, con raptos de humor extravagante, con personajes que tendrán que saldar sus diferencias y enfrentarse a lo que el paso del tiempo les ha hecho a sus vidas. Si los personajes del film de Hasby sugerían su hastío sobre lo castrense, los de Linklater son mucho más explícitos: indudablemente la distancia en relación a las instituciones (tanto que ahora uno de ellos es pastor) es mayor y se animan a reflexionar con frases tan lapidarias como esta: “debemos ser los únicos invasores de la historia que esperan caer bien”.
Si pensamos en aquellas líneas sobre las que Linklater ha construido su filmografía, El reencuentro está más cerca de las comedias amables aunque deja un gusto amargo. Y si bien el director no está tan inspirado como en otras ocasiones, tiene la suficiente inteligencia como para ver dónde está lo que realmente importa de esta historia. Indudablemente para los norteamericanos el vínculo con sus fuerzas armadas es totalmente diferente al que puede tener un latinoamericano, por eso que las nociones de patria y heroísmo, desde una perspectiva castrense, son diferentes. El reencuentro está protagonizada por tres personajes que de alguna manera buscan en ese lazo que aún mantienen con las fuerzas un sentido a sus vidas. Linklater tiene la sabiduría como para que el discurso de la película pueda tomar distancia del de sus criaturas, sin por eso dejar de lado una mirada tan cuestionadora como compasiva. Y si algo no funciona del todo, siempre está a mano el humor como esa herramienta amable que puede revelar todo el absurdo de un sistema de creencias con un solo gesto. Hay que entender entonces El reencuentro como la forma más directa que ha encontrado Linklater para saldar sus cuentas con la esencia de su cine.