Caballo regalado
El regalo (The Gift, 2015) es un thriller psicológico por un lado y una película de terror por otro, sana combinación, pero parece haber dos ideologías en juego.
Por un lado es una película sobre personajes. Escrita, dirigida y protagonizada por Joel Edgerton (su ópera prima), trata sobre un matrimonio cuya intimidad se ve violentada por un intruso, alguien del pasado del marido, quien saca a relucir sus trapos sucios y les enfrenta entre sí. La trama es guiada por los personajes, la forma en que reaccionan a la falta de control en sus vidas y lidian con verdades desagradables.
Por otro lado, la película está producida por Blumhouse Productions, la fábrica detrás de sagas de horror como Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), La noche del demonio (Insidious, 2010) y Sinister (2012). El horror de bajo presupuesto reincide a lo largo de la película como un mal hábito: la casa nueva, el falso susto, el perro que desaparece, el found footage. ¿Para qué todo esto? Lo único que logra es abaratar una trama perfectamente sombría y la actuación de los protagónicos, todos muy buenos.
El matrimonio en cuestión está formado por Simon y Robyn (Jason Bateman y Rebecca Hall). El tercero en discordia es Gordon Mosley (Joel Edgerton), quien se topa con ellos – recién mudados – y cree recordar a Simon del colegio. “¿Gordo?” exclama Simon, incrédulo. Rápidamente se establece una relación de condescendencia. Simon es sanguíneo, Gordon es melancólico. Intercambian números. Simon no tiene ninguna intención de llamar. No importa. Gordon comienza a aparecer por su casa, trayendo regalos de bienvenida y entablando un cortejo bizarro con Robyn.
La primera parte de la película se narra desde el punto de vista de Robyn, quien pasa sus días en la soledad de su mansión de cristal y temiendo por su privacidad. Larguirucha, aprensiva, acogotada con un cuello de tortuga: es Shelley Duvall, pero con la discreta voluptuosidad de Rebecca Hall. Joel Edgerton está muy bien como Gordon, un tipo más enigmático que amenazador, hecho de miraditas furtivas, gestos incómodos, movimientos torpes. Probablemente el más sorprendente del trío protagónico es Bateman, un actor típicamente asociado con la comedia y roles simpáticos a lo Paul Rudd, aquí transformado en un ser desagradable desde la primera vez que le vemos recorriendo la casa nueva, así como John Cassavetes relojeaba el nuevo apartamento en El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968).
Mientras el guión se apega a los personajes, a la forma en que cambian – o mejor dicho, se descubren – el thriller funciona. Es virtud de la película que ni bien revela el misterio (¿qué evento del pasado marcó a Simon y Gordon?) pasa a otro aún mayor y menos obvio: ¿qué pretende Gordon? La resolución es un tanto inverosímil, como suele ser el caso en este género, pero así como logra responder todas las preguntas y también deja algo a la imaginación.