Un thriller hecho de gestos muy sutiles
Con sólo tres personajes y soberbias actuaciones de Jason Bateman, Rebecca Hall y el mismo Edgerton, la película consigue transmitir una forma de terror en la que no hay lugar para los excesos comunes, provocado por la aparición de un pasado que se prefiere ocultar.
Posible cruce entre Cabo de miedo e Historia de la violencia, El regalo demuestra que no hace falta que un relato sea original para que sea bueno. Ya lo exageró adecuadamente Borges con aquello de que las historias se reducen a media docena, y el resto son variaciones. Lo que importa es saber ya no cómo contarlo, sino cómo volver a contarlo, y el debutante Joel Edgerton –actor de origen neocelandés y autor del guión– demuestra poder hacerlo. Además se reservó para sí el papel del monstruo del caso. Que no será el protagonista de El regalo pero sí –como Robert De Niro en la película de Scorsese– el catalizador. El revulsivo de aquello que a la pareja protagónica le sobra o le falta. Le sobra un pasado más que oscuro a él, como a Viggo Mortensen en la de David Cronenberg. Le falta un hijo a ella. El monstruo como espejo de la normalidad: tema de Cronenberg y del cine de terror en su conjunto.En busca de un cambio de aire, Simon (Jason Bateman, conocido por la serie Arrested Development y La joven vida de Juno, entre otras) y su esposa Robyn (la increíblemente versátil Rebecca Hall, de Vicky Cristina Barcelona y Atracción peligrosa, de Ben Affleck) se mudan de Chicago a un barrio residencial de la periferia. El se halla en pleno ascenso, en la corporación de seguridad virtual para la que trabaja. Ella, diseñadora de interiores, por el momento no ejerce. Un colorido móvil de plástico, que sobresale de una de las cajas de mudanza, explica por qué. En medio de esa situación aparece Gordon (Edgerton), veterano de guerra y, según asegura, ex compañero de primaria de Simon, a quien recordarlo le cuesta un Perú. O tal vez no quiera, porque “Gordo”, tal como le decían en el colegio, le trae recuerdos que preferiría mantener ocultos.¿Retorno de lo reprimido? Todo el cine de terror gira en torno a ello y El regalo –thriller de terror naturalista– no es la excepción. Seguridad virtual, un empleo en las fuerzas de seguridad, inseguridad absoluta: Edgerton hace resonar bien los ecos del guión. Como Cabo de miedo, El regalo hubiera sido apenas un nuevo avatar de esas fábulas tan yanquis que inculcan temor a los extraños... si Gordo aquí, Max Cady allá, fueran extraños. Son, en verdad, lo contrario: lo familiar negado, el doble no deseado. En lo que Edgerton difiere de Scorsese es en el estilo: no hay exceso operístico aquí sino funcionalidad expresiva. Neoclasicismo, si se quiere. Gordo no es, como Cady, un ángel exterminador, sino una figura más terrenal: el tipo perturbado, con una deuda por cobrar.Si hay algo infrecuente en un thriller es prestar atención, dejar hablar a la interioridad de los personajes. El regalo es esa rareza. Sin dejar de ser una amenaza, Gordo funciona, sobre todo al comienzo, un poco como el hijo que a Simon y Robyn les falta. Tanto las referencias a la escuela primaria como su carácter algo infantil son funcionales a esa condición. Lo de Bateman y Hall es notable. Generan expresividad con miradas, gestos apenas perceptibles, antes que con el físico, área a la que los thrillers suelen limitar su zona de influencia. Nerviosismo en él, angustia en ella, ahogados, mal disimulados. En un thriller del montón ni Bateman ni Hall tendrían posibilidad de lucirse. Si no se tratara de un thriller, sino de un drama intimista (que es lo que es, en realidad), a esta altura se estaría especulando con sendas nominaciones al Oscar. Igual, para qué. A los académicos les impresionan más los grandes gestos que los sutiles mapas emocionales, como los que los rostros de Rebecca Hall y Jason Bateman trazan, en este film aparentemente menor y consistentemente perturbador.