M ary Poppins (1964) se filmó íntegramente en los estudios de Disney en Burbank, pero nos transportaba a la Londres de 1910. El regreso de Mary Poppins se rodó en varias locaciones reales de la capital inglesa, pero mantiene el artificio de la película original.
Estamos en plena década de 1930, en medio de la Gran Depresión, y los hermanos Michael (Ben Whishaw) y Jane Banks (Emily Mortimer), a quienes conocimos como niños en el musical de Robert Stevenson, ya son adultos y deben luchar contra la codicia de un banquero (Colin Firth) para salvar la casa familiar.
Para ayudarlos aparecen varios personajes de buen corazón. Por un lado, la niñera del título (Emily Blunt, en el papel que consagrara a Julie Andrews), que se encargará de cuidar a los tres hijos del viudo; la empleada doméstica Ellen (Julie Walters) y el farolero Jack (Lin-Manuel Miranda), que remite al personaje de Dick Van Dyke (quien a los 93 años tiene un simpático cameo en esta secuela).
No hay demasiados cambios de tono, de estilo, de estética entre una película y otra. Ese respeto es a la vez la mayor fuerza, pero también la principal debilidad de un film eficaz y profesional aunque demasiado anclado en el ejercicio nostálgico. Por un lado, resulta seductor para aquellos que pretendan revivir las sensaciones que dejó el clásico musical, pero al mismo tiempo el director Rob Marshall (quien ya había incursionado en el género con Chicago y Nine) queda en varios sentidos preso de esa veneración como para conseguir un film más afín a estos tiempos y con verdadero vuelo propio.