Una secuela del clásico de Disney “Mary Poppins” no parecía la mejor idea del mundo, sobre todo si se considera el más de medio siglo desde el estreno del original con Julie Andrews. Sin embargo, ya desde su primer número musical -una delirante odisea submarina- este regreso tiene todo para atrapar a espectadores de todas las edades.
La acción transcurre en la Londres poco alentadora de la década de 1930. Un padre viudo trata de mantener a sus tres hijos con la ayuda de su hermana y una doméstica de pocas pulgas mientras, desde el banco, le aseguran que si no paga la hipoteca de su casa en cinco días irán a parar a la calle. Pero, claro, allí es cuando cae del cielo la niñera mágica Mary Poppins (Emily Blunt) para arreglar las cosas.
El director Rob Marshall, un experto en musicales, logra aportar algo nuevo al clásico personaje sin perder de vista el estilo anticuado pero muy querible del original. Algo que se aprecia y se disfruta especialmente en la extensa secuencia en la que los personajes interactúan con dibujos animados de la vieja escuela, no digitales –los amantes de la animación no deberían perderse este gran momento.
Por otro lado, el talento involucrado es inmenso, ya que además de Blunt hay un banquero villano encarnado por Colin Firth, una excéntrica que ve todo al revés a cargo de Meryl Streep, y hasta el mismísimo Dick Van Dyke, protagonista de la versión anterior, que a los 93 años baila un tap en una escena clave.