La factoría Disney ha decidido abrir el arcón de lo recuerdos y producir o reproducir algunas producciones ya guardadas en la memoria colectiva, también denominados clásicos. Nadie le puede negar el derecho a consumarlo, de hecho son los “dueños” de las películas a las que intentan desempolvar produciendo, secuelas, precuelas o reversiones, en todos los sentidos y definiciones que pueda incluir esta palabra.
Pues en realidad, y en este caso, estamos frente a una copia muy burda de una original a más de cincuenta años de su estreno, que atrasa, cinematográficamente hablando, más que eso. Está todo tan minuciosamente planificado y calcado que ni los intentos, de giros que muestran ni las leves modificaciones que se pueden apreciar, impiden que de manera permanente se establezcan las comparaciones, de manera inevitable.
Rob Marshall, el mismo director del filme ganador del premio de la academia de Hollywood “Chicago” (2002), justificado o no, siguiendo por “Nine” (2009), pasando por “En el bosque” (2014), para llegar a las que nos convoca, circulando, descendiendo, y demostrando que la caída estrepitosa es irremediable. Dejamos de lado su responsabilidad sobre su función y compromiso en el filme “Piratas del Caribe, navegando aguas misteriosas” (2011), pues a esa altura las bondades de la saga habían desaparecido en el Triángulo de las Bermudas.
En esta producción son tantos los fallidos que ni las muy buenas performances actorales de algunos de sus protagonistas principales, no todos, ni la emotiva aparición del nonagenario Dick Van Dyke la pueden rescatar.
El principal problema es que si bien todo transcurre 20 años después todo huele a naftalina, desde la construcción del relato exactamente igual a la original, de los personajes desarrollados con brocha gorda, no hay variables, ni tienen matices, menos sutilezas. Tanto es así que los cuadros musicales, que deberían estar en función de la progresión del relato, aparecen como forzados, casi impositivos, impregnados de una banda sonora que atrasa, igualmente, más de medio siglo.
Nos encontramos con Michael Banks (Ben Whishaw), reciente viudo, padre de tres, y ayudado en seguir adelante por su hermana Jane Banks (Emily Mortimer). La situación empeora cada día, habiendo abandonado su pasión por la pintura, es actualmente empleado del mismo banco que intenta quedarse con la casa por las deudas acumuladas e impagas. Es en ese instante que hace su re-aparición Mary Poppins (Emily Blunt), claro que antes nos presentaron a Jack ( Lin Manuel Miranda), algo así como un alter ego de Bert en la anterior.
No alcanza a nivel de producto terminado con los aciertos a nivel de escenografía y vestuario, ni la dirección de arte, en general, ni la dirección de fotografía, en particular, la paleta de colores y tonos o los efectos especiales, animación incluida
Tampoco la selección de actores, Julie Walters, Meryll Strepp, Colin Firth, todos en papeles secundarios, aparecen como atractivos, pero nunca llegan a salvadores.
Emily Blunt, a quien le toco jugar con la más fea, reemplazar a Julie Andrews, sale más que airosa construyendo un personaje igual, pero que se parece en nada, es ella en todo momento. Ben Whishaw y Emily Mortimer aportan sus capacidades histriónicas al máximo, lo que termina por presentarse como realmente insoportable es el personaje de Jack y la actuación de Lin Manuel Miranda.
Esto último, y la sensación rancia de toda la producción, da cuenta que no siempre de un buen original se hacen buenas copias, Disney tiene el derecho de recurrir a su pasado, nosotros no estamos obligados a sufrir por ello.