Pasó el tiempo y los chicos Banks están en la mala. Son adultos, uno de ellos es viudo, pobre y con hijos y entonces vuelve Mary Poppins a salvar el día.
Pasó el tiempo y los chicos Banks están en la mala. Son adultos, uno de ellos es viudo, pobre y con hijos y entonces vuelve Mary Poppins a salvar el día. Fin. Bueno, no, “fin” no. Antes, el señor Rob Marshall, un tipo del teatro y la televisión que ganó un Oscar rarísimo con “Chicago” construye una especie de compendio de música y lágrimas y efectos especiales que, de no contar con esa maravilla actoral que es Emily Blunt, sería un balazo de glucosa en el cuerpo de un diabético.
Todo es común y cursi, pero eso sería lo de menos si tal cosa quedase justificada por alguna parte, si hubiera no ya “reflexión” sobre el tema del extraño que salva el mundo y vuelve a desaparecer sino al menos un cuento contado de manera más o menos atractiva. Marshall sigue desparramando teatralidades y desconociendo para qué se usa una cámara de cine: dos horas y cuarto de pereza.