Si cuando digo “Supercalifragilísticoespialidoso” saben a qué me estoy refieriendo, claramente formaron parte, en su momento o en sus reposiciones en el cine, mediante algún VHS, DVD o BluRay, del mundo de la inolvidable Mary Poppins en aquella versión del año 1964 con Julie Andrews y Dick Van Dkye: ambos en los papeles que los han consagrado en sus carreras y que los han marcado a fuego como esa niñera mágica y el deshollinador bohemio que la lleva a recorrer los tejados de una Londres tan neblinosa como inolvidable.
Entre las diferentes líneas de producción que actualmente maneja el estudio Disney, se encuentran las clásicas producciones animadas (este año estrenaron por ejemplo “WiFi Ralph”, una película que demuestra un verdadero acierto con la idea de generar una secuela), las que forman parte de imperio compartido con Pixar Studios y además, han lanzado toda una línea de películas en donde grandes clásicos animados ahora forman parte de películas “live action” (de las que ya se estrenaron “La Cenicienta” “La Bella y la Bestia” o “El libro de la Selva” y se esperan, entre otras, el “Dumbo” de Tim Burton y “El rey león”).
Con el estreno de “Christopher Robin” el estudio también ha apostado a trabajar con un estilo vintage, reflotando otros grandes clásicos que dan lugar a “reboots” o revivals de aquellos personajes que han logrado instalarse en el colectivo popular. Tal como había ocurrido con “Christopher Robin” la primera pregunta que se instala frente a “EL REGRESO DE MARY POPPINS” es la que surge una y otra vez mientras transcurre el film: “¿a qué público está apuntando esta película?”.
No es que sea necesario ni imprescindible definir un “target” para cada película, dado que de hecho hay productos que funcionan perfectamente como entretenimiento familiar, y que, con sus diferentes niveles de interpretación pueden lograr su objetivo de entretener al público más menudo e invitar a la reflexión o brindando otro estilo de humor a los adolescentes y adultos de la familia.
Pero “EL REGRESO DE MARY POPPINS”, en ese sentido -y en muchos más- queda como un híbrido al que cuesta encontrarle el objetivo. Si la vemos como un gran homenaje a aquella Mary Poppins del ’64 e interpretamos que todo el filme funciona como una escalada retro con guiños permanentes al film original y a las glorias pasadas del Estudio Disney, los que se quedarán afuera son las nuevas generaciones de espectadores.
Para ellos, el aroma que respira esta versión es algo vetusto, pura armadura clásica en la que queda atrapada la puesta, la estética y por sobre todo el costado más naïf e inverosímil de la historia. El ritmo que el filme se impone a si mismo (con más de dos horas de duración, la extensión de los cuadros musicales, los diálogos sobreexplicativos por sobre la acción general), responde indudablemente a una estructura narrativa que el cine de hoy –y menos aún las producciones infantiles y familiares- ya no tiene.
Mientras un grupo de nostálgicos estén disfrutando de “EL REGRESO DE MARY POPPINS” con esa propuesta de túnel del tiempo, habrá una gran parte de la sala quede fuera de ese código que la película plantea.
En este caso, cuando la vemos como una nueva forma de acercar estos personajes clásicos (tal como lo son Winnie Pooh, Christopher Robin y todos los amigos del bosque), la propuesta falla porque resulta bastante difícil que las nuevas generaciones empaticen rápidamente con una historia que tiene todos los elementos visuales para deslumbrar, pero que ha privilegiado la forma sobre el fondo.
A esta Mary Poppins versión 2019 le falta ritmo, pero por sobre todas las cosas le falta magia. Los cuadros musicales lucen prolijos, perfectos, pero son extensos y las canciones no son pegadizas en absoluto –además de tener una estructura apegadamente clásica de musical de Broadway en donde inclusive, la imagen se detiene unos segundos después de finalizado el cuadro como si se estuviera esperando seguir la acción después de los aplausos-.
Después de más de dos horas de proyección, salir de la sala sin tararear el “hit” es casi un pecado mortal.
Se extrañan el ritmo, la originalidad y lo pegadizas que fueron “Chim-Chimenea” “Con un poco de azúcar” y la ya mencionada “Supercalifragilísticoespialidoso”, que, a esta altura resultan completamente imbatibles. Las comparaciones son odiosas (pero también es casi imposible no hacerlas) y ni siquiera el carisma de Meryl Streep logra convencer en “Topsy”, un cuadro musical que parece solamente creado a los efectos de su participación en la película, que no aporta demasiado a la trama y que extiende, innecesariamente, la duración del filme.
Quizás el que tenga aporte un poco más de magia, sea el que combina la acción con dibujos animados, pero también en este caso se extraña el baile con los pingüinos, otro momento inolvidable no sólo en la historia de Disney sino en la propia historia del cine.
Quizás esta falta de encanto se deba a la mano de Rob Marshall en la dirección que acertó con un elenco grandioso en “Nine” pero nos sumergió en el sopor más profundo con “En el Bosque” y de la mano de la insulsa Renée Zelwegger y Catherine Zeta-Jones construyó una versión de “Chicago” que, tal como sucede en este caso, luce correcta pero sin alma.
Marshall apunta siempre a la corrección pero no plantea en ninguna de sus puestas ni un estilo propio ni el más mínimo riesgo: prefiere apostar a lo seguro e instalarse en su “zona de confort”. Lo que salva a esta nueva versión del clásico de P.L.Travers es el elenco de primer nivel que han puesto a disposición de Marshall, encabezado por una perfecta Emily Blunt en el rol de Poppins.
Tenderíamos a pensar que Julie Andrews es completamente irreemplazable, pero Blunt demuestra con creces que puede ser su sucesora natural y que tiene todos los atributos necesarios para construir esa niñera mágica que llega una vez más a la casa de los Banks, esta vez para encontrarse que sus niños son ya adultos (encarnados por Ben Whishaw y Emily Mortimer) y que también hoy necesitan de su protección y de sus dulces poderes.
Pero no solamente Blunt brilla como Mary: el elenco forma un ensamble dotado de muchísimo talento: allí están Colin Firth en el rol del villano, el talentoso Lin-Manuel Miranda (en un papel que el guion no logra definir y por lo tanto no le permite demasiado lucimiento dentro de la historia y su inclusión suena hasta algo forzada), Julie Walters y las intervenciones –breves pero descollantes- de Angela Lansbury, Meryl Streep y el propio Dick Van Dyke con una escena musical sorprendente y rebosante de energía.
Una cita ineludible para los nostálgicos y una posibilidad –ardua tarea, pero vale la pena intentarlo- de que algún niño de este nuevo milenio se desprenda por un buen rato de sus redes sociales, sus juegos virtuales y su mundo de puras conexiones, para dejarse llevar por la magia de la nueva entrega de Mary Poppins, un personaje absolutamente querible, más allá de los desaciertos que puedan aparecer en esta versión de Marshall.