Como caída del cielo
Su transporte es un paraguas, y el lema de la “nueva” Mary Poppins: un poco de orden y mucho corazón. Lo primero a destacar del regreso de esta niñera mágica, que llega en los momentos en que más la necesita una familia, es la magnífica interpretación de Emily Blunt, como si fuera una prolongación de Julie Andrews. Medida, con la expresión justa, impecable en su modo de actuar. Imposible no amarla.
En esta secuela posmoderna, pero que respeta a la perfección el espíritu de los musicales de la época dorada de Hollywood, la trama gira en torno a tres hermanitos ingleses que reciben la visita de esta niñera tan especial, que no solo los ayuda a ellos; sino también cuidó a su padre y su tía de pequeños. Nadie se cuestiona el paso del tiempo, ni de donde proviene Mary Poppins, ella aparece de manera casual, todos la conocen y la adoptan en la familia sin más. Inclusive Jack (Lin-Manuel Miranda), el parteneire ideal para acompañar las aventuras surreales de la niñera. Vendría a ocupar el lugar del deshollinador.
Y el conflicto surge a partir de que el banco está a punto de embargar la casa familiar. Por lo que todos harán lo imposible para que esto no suceda. La cinta tiene un dinamismo admirable, todo funciona como un reloj; los cuadros musicales, que son coloridos y muy bien coreografiados, se adaptan como un guante a la narración, al hilo que sigue las historia. Son oportunos y desdramatizan el relato, sin ser autoindulgente o apelar a lo lacrimógeno.
Como dijimos en un principio, el espíritu de su antecesora está muy presente en los personajes y las formas. Pero es más que un homenaje, El regreso de Mary Poppins cobra vuelo propio, y utiliza la música, los efectos especiales, y la animación de forma orgánica. Ni por un instante dudamos de ese universo en donde “lo imposible puede suceder”. Solo nos resta abrir el paraguas, o aferrarnos a un globo, y dejarnos llevar hasta el cine para disfrutar de esta comedia mágica y festiva.