Una niñera perfecta en casi todo.
Más de medio siglo después del gran clásico infantil de Disney que dio conocer a la famosa niñera del paraguas volador, Mary Poppins —esta vez encarnada por Emily Blunt— hace un triunfal regreso en todos los aspectos, y si bien esta secuela quizás no sea mejor que la primera, sí es una muy digna segunda parte que está a la altura del film de 1964. En plena época de depresión londinense de los años 30, los tres niños Banks —hijos de uno de los pequeños hermanos de la primera parte— precisan más que nunca de la ayuda de la niñera mágica para poner orden en su hogar y en sus vidas. De igual manera, el cine moderno se sirve del encanto de antaño para recordar al público, y más que nada a los más grandes, que siempre se está a tiempo para seguir soñando.
El director Rob Marshall, proveniente del género musical pero que ya tuvo su paso por el gran estudio del ratón con la fallida cuarta parte de Piratas del Caribe, se desenvuelve con gran talento y conocimiento en un film donde predominan los grandes números musicales acompañados del ingenio y la mayor imaginación que hace posible que el absurdo y lo irreal sean posibles. De esta manera, se unifica la espectacularidad de los efectos digitales y de la teatralidad musical embargados por la nostalgia del cine clásico. El director demuestra sus intenciones de narrar una historia esperanzadora en tiempos de crisis y lo logra exitosamente luciéndose con la calidad y la fuerza de Broadway en la creación de escenarios y la variedad de canciones y bailes que se lucen en todo su esplendor.
Esta segunda parte repite ciertas estructuras de guion y dinámica de personajes para que se sienta como parte de la misma tradición. Incluso el dúo protagónico de Poppins y Jack (el famoso compositor Lin-Manuel Miranda), un farolero con encantadora luz propia, emula al de la Mary Poppins original (Julie Andrews) y su fiel compañero Bert (Dick Van Dyke). Es así como el film cuenta con grandes números que van desde grandes coreografías, bailes acuáticos, una puesta en escena patas arriba —literalmente y de la mano de Meryl Streep— y el momento que no podía faltar donde la acción real y la animación se unen para brindar un espectáculo al mejor estilo cabaret.
Tal vez la historia en sí supone una desventaja para el film, al no poder estar al mismo nivel que toda la imaginería artística que lo conforma. De esta manera, si bien la película no posee la mejor historia —la cual flaquea por momentos haciendo que se perciba su larga duración— lo cierto es que, gracias a la animación y a la música, el film realmente brilla y se destaca, prevaleciendo lo que en verdad importa en una obra como esta.
Los puntos narrativos más flojos quedan rescatados al ser alternados con las secuencias mencionadas, y también al regalarnos el regreso triunfal de Dick Van Dyke que sorprende y alegra por igual al verlo cantando y bailando a la edad de 93 años. Todos elementos que depositan a quien ve el film en el lugar de niño maravillado sin cuestionarse sus fallas, sino tomando lo ilógico por lógico —como debe ser en estos casos y para orgullo de la propia Mary Poppins. Una vez comprendido esto, la niñera puede seguir su camino por los cielos… al menos hasta que vuelva a ser necesitada para encender la llama de la ilusión.