El error de la fidelidad
Ante el reboot de Mary Poppins (1964) había dos opciones: barajar y dar de nuevo, o, como en el caso de El regreso de Mary Poppins (Mary Poppins returns, 2018), mantenerse fiel a la original imaginando una secuela como si el Siglo XXI no hubiese llegado y construir un relato lineal que respetara hasta la decisión de sumar animación 2D para evocar una mística que nunca termina de llegar.
Rob Marshall (Chicago, En el bosque) encara el guion de David Magee como si el rodaje hubiese transcurrido durante la época de la primera propuesta, con las mismas condiciones de producción y los mismos temas en la agenda de medios.
En algún momento tal vez lo lúdico de esta propuesta se permita jugar a lo nuevo con la calidad de la imagen, sonido y fotografía, pero rápidamente vuelve a su decisión de mantenerse tan fiel al primer proyecto que a pesar de los esfuerzos por emular el carisma de los protagonistas originales en el elenco actual, todo suena a ya visto, añejo y deslucido.
La trama es muy simple: Mary Poppins (Emily Blunt) regresa para encargarse de los hijos de uno de sus “niños” del pasado (Ben Whishaw) y agregarles “magia” a sus complicados días cuando están por perder la vivienda familiar, mientras son acechados por banqueros, gente inescrupulosa y un farolero (Lin-Manuel Miranda) que no para de merodear la vivienda con sus canciones y lecciones de vida.
Aquello que en la puesta original se presentaba como ingenuo, pero luego se revertía con las geniales actuaciones de Julie Andrews y Dick Van Dyke, como así también con emblemáticas canciones que permanecen frescas en la cultura popular hasta hoy en día, aquí falta resolverse por la inocencia con la que se desea impregnar a los dos protagonistas.
Mientras el mundo del dinero avanza, el mundo de las emociones y canciones de Poppins detiene el paso del tiempo, algo completamente contraproducente para poder resolver los deadlines que tienen los protagonistas y sus derivaciones.
Las canciones se suceden, una tras otra, con un despliegue de números musicales que varían su calidad de acuerdo a la figura invitada (Meryl Streep, Angela Lansbury, Dick Van Dyke). Este punto también debilita la fuerza del relato construyendo una pseudo estructura episódica en la que sólo el gran tema de la pérdida de la vivienda tracciona estos segmentos en los que se intentan reflejar la magnificencia de la producción que el estudio maneja.
Así y todo, el artificio se revela y, excepto algunos números musicales, la falta de originalidad y la fidelidad a la primera entrega no permiten que su corrección política devuelva algo novedoso para atraer a audiencias distintas a las que, esperanzadas y con el recuerdo de la niñera voladora primigenia, querrán evocar su infancia y las miles de veces que volvieron a acudir a sus canciones para sentirse felices.
El regreso de Mary Poppins necesita de su predecesora para ser ella la nueva opción del relato sobre niñeras que terminan educando, transformando y aleccionando a les niñes que cuidan, y buscan en la fidelidad y perfección de una puesta antiséptica, el consumo de nuevas generaciones de un clásico que en su versión original suena mucho mejor.