Secuela con el espíritu intacto, pero con una extensión desafiante para nuevos espectadores.
Julie Andrews tiene dos personajes que la hicieron pasar a la historia del cine con prácticamente un año de diferencia: Fraulein María en La Novicia Rebelde y Mary Poppins en la película homónima. Dos clásicos. Y hay ciertos clásicos que no deberían ser tocados o reversionados con la excusa de llevarle la misma historia a las nuevas generaciones (algo que reestrenar la película original puede lograr tranquilamente), pero si hay algo que nuestra actualidad nos ha demostrado es que no hay vacas sagradas.
No obstante, desde que se supo que El Regreso de Mary Poppins, secuela de la consagrada película, vería la luz, las dudas se empezaron a acrecentar. Porque aunque tiene una propuesta visual recordable, mucho de lo que le dio su eterna popularidad al film original fue la actuación de Andrews: quien ocupara sus zapatos se va a encontrar frente a una tarea hercúlea. Curiosamente Emily Blunt, de la mano de la dirección de Rob Marshall,consigue sobrellevar semejante desafío.
Cuidar de los niños Banks… y sus hijos.
Es la época de la Gran Depresión, y un enviudado Michael Banks vive con sus hijos en el hogar familiar de su niñez. Financieramente las cosas no están bien y el banco está por embargarles la casa. La solución parecería estar en unas acciones que el padre de Michael tenía en el banco y les dejó antes de morir, pero no recuerda donde están guardadas. Es en medio de este tumulto que Mary Poppins vuelve a escena después de años para ayudar con los niños y recordarle a Michael que alguna vez lo fue.
Si hay algo importante que destacar sobre El Regreso de Mary Poppins es que consigue capturar el espíritu narrativo de la película original y traerlo a la época moderna. Es una película que se permite ser triste del mismo modo que se permite ser un faro de felicidad.
Si tiene un problema no pasa tanto por pecar de inocentona, predecible y multidimensional; son gajes que vienen con el terreno al que la película esperaba llegar y de los que es consciente. El problema es que las secuencias llegan a extenderse demasiado para su bien, algo especialmente notorio en los segmentos musicales.
Esta extensión es el único talón de Aquiles en un producto muy logrado. Los niños de los 60 podían llegar a soportar las 2 horas 20 minutos de duración, pero con el deseo de inmediatez y el corto foco de atención de la juventud actual, las 2 horas 10 minutos de esta secuela pueden resultar desafiantes para dicho público.
En materia técnica tiene una gran riqueza visual, tanto en las secuencias filmadas en vivo como en las animadas. Es una reconstrucción de época con una personalidad propia que no pocas veces se beneficia de las habilidades coreográficas de Marshall. Aparte es necesario señalar el notorio aporte de Richard M. Sherman (compositor junto con su hermano en el film original) a la partitura y canciones de Marc Shaiman para re-evocar el universo de la película de 1964.
En materia actoral, el reparto en general entrega interpretaciones decentes y hay cameos que evocarán emociones, pero tenemos que hablar del aspecto del apartado interpretativo que destaca por encima de la media: Emily Blunt.
Las comparaciones son odiosas, pero cuando se trata de un personaje y una interpretación tan icónicos, se vuelven inevitables. Julie Andrews siempre va a ser Mary Poppins para todos, pero en lo que refiere a esta película y solo esta película, Blunt ES Mary Poppins desde el primer momento que se la ve hasta el último. Alguien que busca la esencia del personaje y no lo logrado por otra interprete. Una labor conmovedora, pero que sabe cuál es su lugar, que no busca destronar a nadie.