El carácter explícito del título local (con el agregado “de la corrupción” al original “El reino”) y el afiche (un hombre de traje guardando unos cuadernos en un bolso cargado de billetes) pueden confundir y llevar a presuponer que esta película de Antonio Sorogoyen es una versión cinematográfica de uno de los tantos programas periodístico-propagandísticos que, ante todo, buscan indignar al espectador con diatribas morales. Pero no: se trata de un thriller frenético, agobiante, de esos que ponen los nervios de punta.
Es cierto que la historia está inspirada por un escándalo real conocido como “caso Gürtel”, una trama de sobornos en torno al Partido Popular que estalló en 2009. Pero Sorogoyen y su coguionista, Isabel Peña, no se proponen recrear esa investigación, sino mostrar la huida hacia adelante de quien es elegido como chivo expiatorio cuando se descubren irregularidades en los manejos de las finanzas de un partido político.
Nunca sabemos de qué fuerza se trata ni a qué comunidad autónoma (provincia) española pertenece Manuel López Vidal. Los detalles sobran: no queda claro cuáles eran las trapisondas que hacía este funcionario e incluso por momentos resulta confuso qué cargo tiene cada uno de los personajes. Es que todos esos datos no tienen mucha importancia: la clave del asunto está en la desesperación de este hombre que de repente pasa a ser un paria al que todos le cierran las puertas en la cara.
Antonio de la Torre (Pepe Mujica en La noche de 12 años) se luce en la interpretación de este López Vidal que, al notarse parado sobre arenas movedizas, hace movimientos frenéticos para que no se lo trague la tierra o, al menos, arrastrar a alguien en su hundimiento. Fogonean la tensión el montaje dinámico y una cámara inquieta, casi en constante movimiento, que lo sigue desde atrás mientras intenta avanzar por los pasillos del intrincado laberinto en el que está metido.
La incógnita pasa por ver hasta dónde es capaz de llegar este animal asustado en su lucha por sobrevivir. Es imposible no ponerse de su lado, más allá del delito que haya cometido. Tal vez por eso mismo, por el temor a presentar al villano como un héroe, es que Sorogoyen entrega un final de un tono burdo, que no está a la altura del quirúrgico tratamiento que le da a su protagonista durante el resto de la película.