"El reino de la corrupción": la mano en la lata
Ganadora de siete premios Goya, la producción de Gerardo Herrero se interna en el financiamiento espurio de la política española con espíritu de thriller.
En Argentina, El reino (título original en España) pasa a ser El reino de la corrupción, de manera que a nadie pueda quedarle la más mínima duda sobre el tema de la película. Con el mismo criterio, en caso de reestrenarse, Taxi Driver podría llamarse Taxi sangriento, El espejo, de Tarkovsky, El espejo de los sueños, y Sin aliento, Mirando a cámara sin aliento. Durante el gobierno de Jaime Rajoy la corrupción se disparó en España, alcanzando cotas desconocidas hasta entonces. Es al caso Gürtel, que se mantiene abierto, al que alude, sin decirlo, El reino “de la corrupción”, producida por Gerardo Herrero (coproductor de El secreto de sus ojos, Tesis sobre un homicidioy La noche de 12 años, entre otras) y dirigida por el madrileño Rodrigo Sorogoyen, cuya previa Que Dios nos perdone había llamado la atención tres años atrás.
Dentro de lo que la dicción de los actores permite entender (volvemos a proponer muy seriamente el subtitulado de las películas españolas), parecería que la mano en la lata es el juego más popular entre los representantes autonómicos de un partido X (que podría pensarse como símil del PP, pero también podría serlo del PSOE, o eventualmente algún otro). Tanto que las autoridades centrales del partido ponen a un interventor, un tipo insospechable, para que haga saltar los fusibles necesarios. Básicamente uno, Manuel López Vidal (Antonio de la Torre, el actor más convocado del cine español hoy en día, desde Balada triste de trompeta hasta la propia La noche de 12 años, pasando por Los amantes pasajeros y Tarde para la ira). Convertido en chivo expiatorio, López Vidal decidirá tomar venganza sobre sus compañeros de partido, deviniendo en el acto en poco menos que un apestado.
Ganadora de siete premios Goya(incluyendo los de dirección, guion y actor protagónico), El reino “de la corrupción” está narrada desde el punto de vista de Vidal. Así lo anuncia el largo plano secuencia con cámara subjetiva que inicia la película. En él, Vidal ingresa a un restorán para reunirse con sus compañeros de partido, que comen, beben y festejan como si el mundo estuviera por acabarse. Y lo está para ellos, aunque ellos todavía no lo sepan. Es el típico plano virtuoso del director que busca destacarse, y podría haberse resuelto con más sencillez. El plano secuencia que sí es magnífico, por el modo en que exprime la emoción y la locura de la escena, es uno de la última parte, cuando Vidal, ya totalmente desesperado, intrusa la casa de un compañero de partido en busca de ciertas libretas. Y lo hace frente a los ojos de varios asistentes a una fiesta privada, que --algo mareados-- no saben qué hacer. Con una columna sonora tecno-percusiva, típica de thriller, Sorogoyen busca hacer crecer la adrenalina. Hasta llegar a un estudio de televisión en el que una periodista-estrella (la siempre notable Bárbara Lennie) confrontará duramente a Vidal. ¿Cubriendo tal vez a sus compañeros? A esa altura, hace rato que El reino “de la corrupción” ha devenido en thriller paranoico, y todo suena a conspiración.