Crónica fiel de una problemática actual.
El director español Rodrigo Sorogoyen nos presenta un thriller político cargado de adrenalina. Se trata de El reino de la corrupción —ganador de siete Premios Goya— en el cual retrata la inmoralidad inherente al sistema de partidos de su país.
Manuel López Vidal (Antonio de la Torre) es vicesecretario de una comunidad autónoma, un dirigente influyente preparado para dar el gran salto a la política nacional. Su porvenir idílico se derrumba cuando salen a la luz grabaciones que lo implican en un caso de corrupción junto a Paco (Nacho Fresneda), compañero del partido y uno de sus mejores amigos. Mientras el partido lo absuelve de culpa y cargo a Paco, le endilga toda la responsabilidad a Manuel. Nuestro protagonista es expulsado del partido, traicionado por sus compañeros más cercanos y señalado por la opinión pública. A partir de ese momento comienza el descenso a los infiernos de Manuel, quien en una carrera contrarreloj intentará no caer solo y demostrar que él es apenas un engranaje más de una colosal maquinaria de corrupción integrada por políticos, empresarios y medios de comunicación.
La virtud principal del guion —del propio realizador y de Isabel Peña— es lograr que el espectador empatice y se identifique con la batalla que emprende Manuel a pesar de saber que es un corrupto e inmoral que consiguió su alto estatus económico mediante el fraude y el tráfico de influencias, dos de los delitos de los cuales se lo acusa. El espectador se pone en la piel de Manuel y, de alguna manera, lo acompaña en su devenir frenético por hacer “justicia”.
El punto de vista del relato es el de Manuel, quien aparece en todas las escenas y, en muchas de ellas, en reveladores primeros planos. Gran desafío para Antonio de la Torre, del cual el actor sale airoso: su rostro y sus movimientos transmiten su desesperación y su obsesión por arrastrar a todo un sistema putrefacto hacia las sombras y así salvar en cierta forma su pellejo. En una palabra, que su caída no sea tan profunda, más allá de que, a partir del momento en que trascienden los audios comprometedores, se convierte en un auténtico cadáver político.
El film tiene un ritmo vertiginoso que no da respiro. Es un thriller con todas las letras. A partir de la segunda mitad transita una espiral de suspenso en la cual el espectador se siente absoluto partícipe. En este sentido, la música de Olivier Arson juega un rol fundamental, ya que suma dramatismo al relato. Sorogoyen es un director que se arriesga y muestra su talento en cada plano. Hay escenas memorables como la que transcurre dentro del auto y la de la conversación de Manuel con un compañero de su partido en el balcón.
La película aborda un tema espinoso y urticante con sobrada altura, siendo una crónica necesaria e impactante de la corrupción política española y de un sistema de partidos corroído por la inmoralidad. Asistimos a un relato electrizante, con un audaz tratamiento de cámara y una música ideal que subraya con acierto los pasajes más significativos de la trama. El alto nivel del elenco en su conjunto es el broche de oro de esta apuesta sin tapujos por pintar una realidad que golpea a varias sociedades de este tiempo.